Monday, January 27, 2020


Un granero en Svalbard


I

Hubo el mandato de construir un granero silencioso,
silencioso desde su mapa hasta su última piedra.
Hacerlo,
crecerlo con el ímpetu de un árbol instantáneo
en el pecho de una isla del mar del norte: una casa
con manos de mujer diligente
que lo hubiera pedido solemnemente a gritos.

Las voces de orden y edificación se cruzaron en las puertas del tiempo.
Se dictaron palabras materiales, mientras la niebla avanzaba
en el plexo solar del invierno permanente.

Hubo la orden deliberada hacia el  tierra adentro, encallada casa.
Un granero arca, abandonado al sextante, donde jamás... un capitán.

II

En el olvido quedó el mar adentro: 
ni una señal de cabotaje sobre la arena fría
Hoy está la acción métrica de las manos presurosas 
sobre las semillas que llegan, que serán mil años.
Semillas o granos de forma y alma donde está la inmediata intención del reposo
ante la latente transparencia del retoño.

Entraron a cerco la primavera y el otoño entre paredes de invierno.
Ahora ventanillas de verano, donde la fragilidad del color blanco
se escabulle por debajo de las puertas.
La forma del grano dibujada por dedos deslumbradores sobre un plástico.

En el viento líneas azules, en la tierra, hielo y rocas: 
un granero simétrico sobre la masa fría, casi enterrado
desde su concepción, bajo nubes que le anidan encima
y granos que le anidan por dentro.
Allí, cada día es un perfecto día ártico, mientras cada grano
sueña mil años.

III
A la planicie rocosa nocturna, llegan los alientos del oso y las focas.
Las aves llegan con el dulzor del grano en su corazón, mientras el mar
canta canciones de cuna a los granos dormidos entre el espanto del día
y el sonar de máquinas.

Los granos aparecieron, sobre la tierra de Svalbard, en masa, 
venidos del mar y del aire;
dejaron el peso sagrado de los costales, para entrar
al suave y liso tacto de una bolsa de plástico.

Ante las miradas que los contaron, los granos
vinieron a Svalbard a llenar a estantes:
desde Egipto, Tailandia, Mali, fueron.
Granos, con el aire fugitivo de El Nilo, que portaban el optimismo
de la Gran Muralla, con la tranquilidad del ave de las pampas.

Cada uno de esos granos, con el el aire oloroso de su camino, 
era un cuerpo redondo y sólido, oscurecido por las nubes. Era la forma
de una montaña hacia el sur. 
Ahora, el grano llega a cuentagotas, en pequeñas bolsas, 
herméticas como una tumba que nadie puede hacer hablar,
por temor a la atmósfera.

Ahora, esos granos son perros 
que alejan al lobo del hambre, sobre la tundra.

Granos que espantan el miedo.

IV
El miedo: viaje a nado en un oscuro río africano. 
El aullido del miedo en el pecho del hombre. El terrible miedo.
El miedo al invierno nuclear, con su roja cosecha de fuego terrenal.

Miedo al furtivo meteorito, piedra volátil que caería como noche 
deshaciéndose en estrellas
sobre los valles y los ríos: sobre ciudades ataúd.

El miedo: semilla funesta que crece sin luz, sin agua,
grano funesto que crece sin luz, sin agua, a fuerza de humedad
y pantano, a fuerza de ira y memoria.

El miedo, fruta de la envidia, carne de la soberbia: la semilla amarga del miedo.
En el pecho de cada hombre crece a fuerza de óxido, de tristeza,
en los torrentes rojos de la tierra humana.
Es la semilla que no espera mil años, sino que crece inmediata 
con el ímpetu de quien teme profundamente.
Es la semilla que crece en el campo áspero del corazón
de follajes rucios y espina aguda, donde un viento quejoso
cargado de sangre gira sin cesar.

Y ante él, el grano como reserva tiene la vocación 
del cardumen, que nunca pierde la esperanza.

Así, los granos pasan del horno de Namibia, de la humedad de Tennessee,
de la resequedad de Jalisco, de la tibieza de Provenza,
del congelamiento de China, de la dureza de las Pampas, 
del sonoro verdor de altura de Ecuador y de Colombia
a la blanca tranquilidad pétrea de Sptizbergen.

V
La semilla inocente que espera mil años, 
para crecer; hace el movimiento espiral de su ADN
en la tranquila somnolencia polar, de casi una muerte,
donde la quietud es quieta, donde la soledad es sola.

En mil años, parecerá escucharse alrededor del arca de las semillas:
aquel día, cuando llegaron frescas a las manos que las sellaron en bolsas.

Svbalbard…extraña palabra que resuena al cruzar labios hispanos,
esa voz, esa lengua que detiene el tiempo en el borde de la boca,
que recuerda el eco de la pisada y el tamo de la nariz del oso blanco
ante un cercano mamífero marino,
en un banco de niebla, en la isla de las semillas dormidas.