Maquinario
MAQUINARIO
El avión
Ama al
prójimo desmerecido y...
J. J. Arreola
El avión
El hombre que puso al sustantivo ave a
deslizarse desde su boca con acento ortográfico y ene, hizo aparecer,
maravillosamente, en el cielo al avión: máquina que dispone del aire, la que se
sustenta en el instante, y que es el punto de referencia perfecto en un tapiz
azul.
El avión es el mandamiento que ordenó el
cielo por segunda vez: dejó de ser de las aves, desde entonces lo comparten
hombre y emplumados a partir de un vocabulario reinventado.
Esta máquina demostró con su parábola la
inutilidad de las montañas para defender los imperios; con su salto, la
debilidad de los precipicios para detener a los intrusos y, más que con el
sonido de la turbina, es con el sonido del motor en estrella, el que me hace
creer que el avión posee el aviso del cambio del presente al futuro.
Todo avión es persistente en la mente humana,
está inoculado e incubando en cada hombre; las aves sólo nos permitieron
crearlo antes, pues algo, contrario a la vigilia, nos habría llevado,
inevitablemente, a construir esa máquina insustituible, pues su motivo es
constante y de metal. Además, la conformación del avión es igual al de la
onírisis, pues la locura en algunos hombres comprueba cuan de cierto es ello,
ya que los que pierden la razón parece que sueñan y tienen la actitud de los
aeronautas.
En esto, el avión es el sueño que nos hace
más reales, pues pienso en Icaro, que de soñar con alcanzar el sol cayó al mar
y al ahogarse incorporó en los hombres la existencia de los rayos del sol. Y la
delicada perseverancia gráfica de Leonardo que en sus estudios volvió al papel
el lienzo más sublime, con esos dibujo-ideas de helicoides, aves y músculos.
Mas como el sueño mismo, los aviones se
desvanecen a la intemperie una vez que son inútiles, y es que he visto uno de
sus cementerios en el desierto de Arizona, donde el vuelo no es más que un
rumor de viento en una planicie seca y polvosa, cuando que alguna vez de sueño
pasó a metáfora, luego a dibujo y luego a la maravillosa palabra que lo hace
máquina.
El automóvil
El auto, también llamado coche o carro, por
una derivación óptica; es la máquina que nos vuelve a todos amigos del progreso
y del que se puede decir, como “de médico, poeta y loco...”, todo mundo tiene
algo de mecánico de autos.
Mujeres, niños, hombres rudos, gente de
ambiente, santos o psicópatas se suben a los autos: es tan familiar como la
cama, como la mesa, como la silla o el sofá y compite con la televisión en
identificación familiar, pues es parte de la heráldica de todo miembro de una
casa.
Aunque el automóvil nos acompaña con un
signo de peligro, lo hemos adquirido a cualquier precio. Los países
industrializados los tienen por millones, en cambio los pobres padecen su
escasez, la cual es mal atemperada con camiones atiborrados.
Pero no dejemos de alertarnos en la
costumbre, pues se ha convertido en el factor de mayor mortandad humana, mucho
más que los tiburones, abejas, cocodrilos, serpientes, rayos e inundaciones
juntos. Se cuentan por miles las víctimas participantes de, por y contra
automóviles. Los vikingos y los egipcios, seguramente, habrían estado
orgullosos de tal máquina, para enterrar a sus muertos.
En defensa de esta alta tasa de mortalidad
se puede decir que el auto nos es absolutamente necesario y el futuro anuncia
que los autos serán amigables y rebasarán al perro en fidelidad y lealtad, pues
aparecen cada día materiales que protegerán a los humanos en lugar de matarlos.
Imagine el estimado lector un auto tal, que al colisionarlo lo absorba, recobre
la forma y lo deje adherido, como una mosca a un papel engomado. Luego el
amable conductor libere con una pulsación al distraído peatón, agradeciendo
este que el percance se debió a su pérdida de atención: podríamos andar
despreocupadamente, como en una pradera desierta en la prehistoria.
El auto es sin duda el mueble, la mascota e
incluso el tesoro más preciado de muchos hombres y mujeres. Y no han sido pocos
los humanos que han sido concebidos y dados a luz en sus interiores.
El Barco
El barco es la máquina terrestre que desafía
al agua, con una panza que a diferencia de la de los sapos, tiene que ser
pintada, acaso, tal vez, porque ahuyenta a los peces que tienen intención de
habitarla.
El barco, como el avión, tiene un sesgo
solar en su constitución, porque depende del gran astro para enfilar al punto
exacto en la esfera azul, donde repostará sus enormes depósitos de combustible
y cambiará su carga con la diligente acción del hombre.
El barco lleva, a la manera de un eco, los
sonidos humanos a la vastedad de los océanos, pues el tránsito que hacen las
flotas mercantes o de guerra de todas las naciones los mezcla con las voces
múltiples de los habitantes naturales del océano. Así, los hombres a quienes se
nombra marineros, han atestiguado y presenciado conversaciones maravillosas,
mientras realizan un recorrido de puerto a puerto.
Los barcos pueden arrostrar las olas más
grandes, las distancias más azules y las soledades más perfectas, sobrellevan
las larguezas de los grandes viajes a fuerza de adquirir el alma de sus
tripulantes. Y viceversa, aunque uno a uno todos los océanos y mares cayeron en
sus leguas bajo intrépidos capitanes, no hay hombre de mar que se arroje a tal
empresa si no conoce bien su nave.
Otra cosa que podemos decir en alabanza de
los barcos: estos nacen como nacen los cuadros: primero las galernas y
costillas, luego las cubiertas y texturas, para pasar luego a los colores que
pueden ser atardeceres o albas en cubierta. Por ello creo que un barco en el
horizonte es la mejor escena jamás pintada en el arte.
La bicicleta
¿Qué es la bicicleta: automatización de la
carrera humana o primer estado de la locomoción?, ¿Es la bicicleta el resultado
mecánico de una conversación de cómo correr la milla, usando los pies de otra
manera?
Los hombres de
ciencia, en su alta investidura de indagadores de los diamantinos caminos de la
matemática y su inventiva hija la mecánica, convinieron en reducir los espantos
de los caminos pedestres en el azul tranquilo de una brisa, dando en un rostro
feliz.
El resultado, luego de una convención
internacional es el dejar al hombre a medio camino entre la pedestre vida de la
prehistoria y la velocidad mundana del automotor del segundo milenio. Desde
entonces cada uno elegiría a su libre albedrío y fuerza de sus piernas la
velocidad para recorrer las calles, aunque lo que si fue unánime fue el
entusiasmo con que se acogió, mundialmente, esta máquina.
Los hombres de aquella convención, entonces
no imaginarían las consecuencias de su resultado: el mundo entero acogería con
facetas distintas, pero uniformemente entusiasta el biciclo. Así, los
norteamericanos que siempre están mudando de apariencia, compran varias en su
vida; los rusos la dotan de suficiencia, pues el frío aguarda; pero los chinos,
inmediatamente, las toman por millones, lo que nos hace deducir que la
fisiología oblicua de sus ojos les favorece para sortear el viento, y en
general se puede decir que la mayoría de la humanidad tiene al menos una en
casa.
Sin embargo, a pesar del gusto compartido en
masa, ha provocado que se acaben los libres caminos de las andanzas, pues ella
requiere una ruta, que multiplicada da como resultado, al haber tantas; un
reglamento, una conducta y hasta podemos decir: una cultura. De ahí que los
pueblos se caractericen según su actitud a la bicicleta.
Y son los franceses, los que hacen gala de su
nacionalismo cultural, pues lo exhiben al montar el espectáculo de la Tour de
France a lo largo de sus fronteras. Y a pesar que los chinos son enjambres en
bicicleta, esta competencia es la más ilustre carrera que confirma, que la
bicicleta es la más exitosa convención hecha por la raza humana.
La caldera
La caldera tiene su origen en el deseo de
tener permanentemente la temperatura del agua a la que la tiene el verano, pues
quién no quiere ponerse a cantar debajo de la ducha sin frío o a lavar sin
entumidas manos, como si estuviera en un arroyo en Junio.
Los hombres sentimos con ella, que hemos
domesticado al calor, el más sincero de los secretos del planeta. En cilindro,
porque este es el continente mejor, si no veamos a los hombres que toman su
sopa caliente y se vuelcan sobre la cama, semejándola.
La caldera más que cazuela u olla hermética
es una fogata con cubierta, no confundirla con el horno, ya que este pertenece
a otra rama del deseo y se puede decir, también, de intención. La caldera,
normalmente, calienta agua y sus variaciones pueden ser suspicaces, como la del
vapor de agua, pero es raro encontrarla cebando algún otro contenido.
Aunque, casi siempre está recostada tenemos
que enfrentar el hecho de que su potencia se desarrolla mejor, mientras parece
descansar y su quietud contrasta con el arduo trabajo que oculta, en ello se
parece a las mujeres que van a dar a luz.
Su contenido es organizado en cientos de
pipetas tendidas a lo largo del cuerpo, ahí el agua se calienta y, dependiendo
de la situación, a veces se deja correr, para llevar la ansiada agua a pies
hinchados; o a veces, se deja evaporar para servir algún propósito industrial
como el lavar telas que serán toallas.
Al menos no podemos negar que la caldera es
la máquina discreta por excelencia, pudiendo recordar que es como la fámula
escondida, como una cenicienta. Su imagen, una, siempre me conmueve: aquella de
la caldera vieja, bajo un techo a punto de caer. Y cuando toco ese cuerpo
inerme, frío y callado, pienso en las muchas veces que ella calentó cientos de
deseos a punto de ser realizados.
La cámara fotográfica
La cámara fotográfica pertenece a la clase
de máquinas inspirada por el ojo, esa ventana espiritual de los seres vivos que
tiene como objeto captar una imagen única e irrepetible.
Ahí está, este invento terrible que nos puso
a los hombres de la sociedad industrial a fotografiar, incesantemente, todo lo
que suceda en nuestro pasar, cual hormigas para el largo invierno de la vida.
Y en estos tiempos, terrible el tener que
atestiguar el cambio vertiginoso de la tecnología, pues cada día los formatos
se suceden unos tras otros y nuevos aparatos se colocan en los estantes de las
tiendas fotográficas, haciéndonos querer una mejor cámara para conservar con
mayor nitidez, precisión y puntería tan importantes momentos: el bautizo del
niñito, la ebriedad de los compadres, el viaje aquel, “el mira que bueno soy
tomando fotos”, las gracias del perro y otros sucesos igual de notables para el
ego.
Por consiguiente todo hombre moderno, que se
precie de serlo, enfrenta la continua tarea de revisar manuales, para entender
cómo la cámara con su lente mezcla la claridad con la oscuridad, para como la
ostra dar la magnificencia de la perla.
Y a pesar de la costumbre de oír temas de
ciencia y tecnología sigue siendo complicado saber cómo la imagen queda, luego
de entrar en ramillete de prismas sobre una película gelatinosa y cromada o, si
la economía lo permite, sobre una placa magnética que la aprehende digitalmente:
la sonrisa del sol, la inclinación verdor de las hojas, el brillo de los niños
y el colorido de la circulación automotriz, ahí perfectas.
Las fotografías se vuelven aquellas estatuas
gráficas de nosotros mismos, dispuestas a animar cualquier momento familiar
desde un escondido y callado cajón antes del final de nuestro tiempo, mientras
que la cámara se convierte en el más valioso instrumento que los herederos
soslayan.
La computadora
Oráculo eléctrico, oráculo doméstico,
oráculo comercial, vena de la tierra que se hizo pensamiento electrónico,
piedra filosofal de la industria, torno mental de la ingeniería, ensamble
orquestal de la contaduría, sistema de riego de la gobernación. Ah!, ojo
penetrante de la gran hermandad.
Máquina compendio, aleación enciclopedista,
brilloso manual de manuales, máquina de las máquinas, máquina voz, máquina ojo,
máquina inmóvil, pero en vuelo; máquina de la savia del rayo.
La computadora es la máquina máxima, el
oráculo sin aves, sin carnero,
sin sangre, ni
sol, ni estaciones; o lugar de todos los lugares o lugar de todos los
recuerdos. Máquina memoriosa como las pirámides de Ghiza, aunque sobre un
escritorio o unas rodillas; monumento de proporciones humanas, metamorfosis de
las letras y los números en imágenes repetibles.
Arreola, hubiera dicho: “Antes de que algo
exista, existirá en las computadoras, pues en ellas la humanidad formulará en
conceptos las cosas, previamente analizadas. Y, su tarea es la de fraccionar la
duda y unificar la verdad”. Estoy seguro de ello.
Con su calculadora fuerza de conformación
esta máquina tiene en si misma una etapa de la humanidad, la digital. ¿Quién lo
puede negar esto, si cada día la adicción a las mismas ha hecho a la humanidad
depender más de ella? La prehistoria, pareciera, apenas empieza, antes sólo era
el génesis.
En esta hermosa máquina, pues el diseño
permite llamarla así, la humanidad entera convivirá, los hombres estarán
presentes en todo lugar y momento, incluyendo a los muertos. Así, el flagelo de
la filosofía con su abrumadora pregunta de: cuál es el mundo en el que estamos
y estaremos, habrá disminuido.
El corazón artificial
No hay sobresalto que lo fatigue, ni partido
de futbol ni llegada tarde al trabajo que lo constriña, y la nicotina no le
causa temor, sino más bien genera una anotación en su programa de limpieza.
El corazón mecánico tiene algo de humano,
pero de corazón sólo tiene el bombeo de la sangre que nos indica que suple la
vital labor que el caducado músculo dejó de realizar.
Su conformación se hace con los más
atractivos materiales, los plásticos son de una categoría anterior a la eterna y
sus metales son más preciosos que el oro. Así, esta máquina nos mete de lleno
en otra concepción del ser humano. Es el inicio de una edad dorada, donde la
sustitución de órganos por mecanismos, nos vuelve máquinas con sentimientos sin
miedo al envejecimiento. Sin embargo, los que ya lo tienen se sienten completa
y perfectamente humanos; a pesar de que su suspiro tiene algo de sospechoso.
Aunque, como me dijo, secretamente, uno que lo tenía: es para no causar temor
entre la gente que pudiera pensar una nueva especie amenaza a la humanidad.
Sin dejarnos llevar por la emoción lancemos
una porra, pues las generaciones venideras, irán a comprar sus corazones a
tiendas departamentales, sección genérica, dependiendo sea dama o varón; una
vez que el original se haya desgastado, cuando este no nos permita tener sexo
siete días a la semana, bailar hasta medianoche entre semana o cuando las
deudas nos alcancen y sintamos movernos a un ritmo fúnebre.
La cosedora
Entre la descarnada acción metálica del
torno y el familiar trabajo de la licuadora, que bien nos puede preparar un
sabroso licuado o una salsa de chile de árbol; está la noble acción de la
máquina cosedora que nos cubre de la intemperie amenazante y nos aleja de la
animalidad de mostrar nuestras partes creativas y el orificio innoble. Con ella
el hombre une las telas, para brillo del sol y sus sombras, con una aguja que
tiene el origen de la vanidad en su punta.
Los que han trabajado con una de esas
máquinas saben que el trabajo es la mayor de los actos humanos, pues si lo
hacen bien, la humanidad estará a salvaguarda y quienes lo realizan mal, la
consecuencia será el de desnudar a la humanidad entera. En el caso de las
prendas para niños el deber es mayor, pues se impone el sentido de la conservación
de la especie: todo aquel que hace esa labor específica desarrolla un sentido
más humanitario en cada una de las otras acciones que hace en su vida
cotidiana. Así, vemos que estos operarios y operarias siempre tienen un andar
como de monjes en oración, rumbo al refractario.
Por ello, se impone el proponerlo: que las
cárceles se llenen de máquinas cosedoras, para quien tenga que purgar una
condena realice el trabajo amoroso de Penélope, aunque con el compromiso de
entregar la tarea; de esta forma las prisiones adquirirán la atmósfera maternal
que otorga el coser ropa.
Una cosa más, casi todos los pueblos de la
tierra desarrollaron la tecnología de la vestimenta, sólo unos cuantos, que el
Señor dispuso permanecieran vírgenes, hasta que los modistos europeos,
fabricantes chinos y mercaderes norteamericanos, los alcanzaran.
La estufa
Máquina de actividad calórica, cuya
descripción se ajusta a una sola: máquina de gas o eléctrica que sirve para
preparar alimentos, en el término que el apetito y la buena mesa lo dispongan,
con parrillas que son girasoles azules, en el caso de la de gas y, en el caso
de la eléctrica, lenguas retorcidas de un dios asiático.
Tiene esta invención más que
características, curiosidades; pues las cañas de metal que conducen el gas, son
antiguos sifones hechos con modernos procesos y materiales que lo llevan a
donde es encendido por una llama permanente, como si fuera el mausoleo
miniatura a un soldado desconocido. Pero la estufa eléctrica nos depara
sorpresas ya que con los apagones de energía que hay en toda ciudad, la ventaja
de no ser explosiva, desaparece en un instante como todo impulso eléctrico.
Sin embargo, en las estufas de gas se guarda
una reliquia que rinde homenaje a las mujeres: el horno casero, que, trabajando,
semeja al vientre materno con un ser que sorprenderá al mundo.
La estufa desde la revolución industrial, y
esto lo atestigua en buena parte las películas, es el centro de atención de
todas las familias, pues no hay cine nacional donde no se congregue la familia
alrededor de un potaje que hierve, una bebida espumosa o el vapor delicioso de
una sopa casi lista.
Y debo agregar, en ella no sólo platillos
simples o suntuarios son preparados, ya que se sabe que algunos combinan junto
al cocimiento de un potaje el teñido repetido de unos pantalones, e incluso hay
quienes preparan junto a la leche de los niños, el pegamento que se utiliza en
la elaboración de piñatas.
El fusil
El hombre sobrevivió a las especies y a la
violencia de la naturaleza con la sola fuerza de sus manos, ya sea usando
herramientas simplísimas o a veces sin ellas siquiera. Esto nos hace afirmar
que el hombre creó al fusil, cuando ya se encontraba en la cúspide de la
pirámide de los depredadores, por lo que su invención tiene la disyuntiva moral
de ubicarse entre un arma defensiva o de ataque contra sus congéneres.
El fusil, modificó para siempre nuestra
idea de la vida, pues quien ha disparado a un animal, por no decir a un ser
humano, sabe de la fragilidad de la misma: desaparece en un momento, es
arrancada de cuajo, si golpea órganos críticos; pero si esto no ha sucedido,
aparece una agonía que hace temblar, incluso al más fuerte nada más de
imaginarla.
Grande o pequeño, sin embargo, el fusil es
un artefacto de efectiva naturaleza, pues su propósito es el de lanzar un trozo
de metal a un punto y el que llegue o no, no es más que la consecuencia de la
disposición y pericia del tirador, que así se llama el usuario, y quien además
es una pieza más de la composición de tan simple, pero mortal máquina.
Esta invención dota de una emoción sui
generis a quien la posee: la del poder, pues lo representa como representa el
laurel a la victoria, el olivo a la paz, las palmas al martirio. Además, no por
nada la familia de metáforas por antonomasia es la de las armas, que cada quien
usa para inclinar la derrota o la victoria a su favor, incluso más allá de la
justicia.
La grúa
Antes que la altura de los edificios
aparezca, entre el azul del cielo y la tierra abierta, está la grúa con su
malacate, pendiendo de resquicios diminutos ante el abismo como fragmento de
araña o, más bien, como el cuerpo incompleto de un gigantesco robot.
Sus movimientos son de marioneta; sus
ademanes e inclinaciones como de caballero francés emplumado. Y es que toda
grúa tiene vocación de Cyrano.
Esta máquina gira sin miedo a la altura
sobre un punto, dando así a la construcción que levanta un sello de seguridad
en su verticalidad, inconfundible para toda estructura. Además, la idea
matemática del edificio se hace visible ecuación tras ecuación, conforme el fin
del trabajo se acerca, antes sólo es una grúa y materiales.
Ella, permitió a los ingenieros construir
los fabulosos edificios que nos permiten habitar de una forma nueva la tierra,
pues vuelven a una ciudad el centro de toda aspiración celestial del hombre. El
panorama que se divisa desde sus alturas, nos permite conocer un estado
superior al que cultiva un transeúnte allá abajo, en la cotidianeidad de la
calle. Allí, los cuerpos celestiales parecen alcanzables y la distancia a la tierra
parece irremediable, quizá por ello algunos hombres deciden tomar ese efímero
estado de ángel arrojándose al vacío, aunque la mayoría de los que suben, sólo
aspiran por un momento gozar de los privilegios de estar bien arriba, por una
vez en la vida.
La lavadora
El helicóptero
El helicóptero hace posible la comprensión del colibrí, pues su velocidad hace posible apreciar el vuelo y desplazamiento, casi imperceptible para la mente y el corazón del hombre, del ave instantánea gracias al inventor ruso Sikorsky.
Luego del ornitorrinco volador de Juan de la Cierva, él probó que era posible el vuelo en tres planos con una máquina que reuniera un tornillo sin fin y los controles de un titiritero.
Combinó: la intención de quien quiere desprenderse de su peso, como si alguien soplara desde abajo, para ganar el primer plano; luego, agregó la capacidad de las aves, llámese ángel, colibrí o buitre de volar de lado, obteniendo el segundo; para, finalmente, agregar el tercero que equivale aéreamente al del desprendimiento de las alas de Ícaro, pero sin la ayuda del sol, es decir con una inclinación de nariz hacia el abismo.
Combinó: la intención de quien quiere desprenderse de su peso, como si alguien soplara desde abajo, para ganar el primer plano; luego, agregó la capacidad de las aves, llámese ángel, colibrí o buitre de volar de lado, obteniendo el segundo; para, finalmente, agregar el tercero que equivale aéreamente al del desprendimiento de las alas de Ícaro, pero sin la ayuda del sol, es decir con una inclinación de nariz hacia el abismo.
Para la vida urbana y post-histórica de la humanidad, el helicóptero será la fase primitiva de las naves que surquen los cielos entre los edificios y las grandes planicies pobladas. El tejido de la ciudad será traspasado por esta máquina maravillosa que vuela como un colibrí y que nos hace desesperar por no tener uno en casa.
La lavadora
La lavadora es el reverso del barco porque
tiene una propela, que lleva dentro; una escotilla, que da al interior; y
requiere del agua, que hace torbellino en vez de estela.
Vive en las azoteas, con el olor silencioso
de las albercas bajo la luz de la luna. Vive en los oscuros rincones de los
pequeños departamentos, habitando agujeros como ratón, pero su panza blanca la
delata, casi como a un fantasma.
Al igual que los felinos, tiene un dulce
ronroneo, que creemos se debe a algún minino escondido en la cisterna espumosa,
entre burbujas coloridas y una sonaja de arena con piedrecillas. Otras, sin
embargo, parece esconder un tigre de Siberia, pues su ronroneo es un rugido,
maloliente y estentóreo, entre marejadas de agua jabonosa como espuma colérica.
Como en el mundo de la ropa, las lavadoras
no escapan a la influencia de la tecnología que crea día con día modelos que
nos sorprenden, sobretodo por la facilidad con que desempeñan la antiquísima
tarea, si bien lavar ropa siempre será uno de los signos que nos hacen recordar
que el paraíso está lejos, aunque los comerciales digan lo contrario.
Barco reverso, embarcación convexa o alberca
con mazo, esta máquina anfibia, junto con otras, son una especie nueva:
aquellas que liberaron a los hombres del trabajo pesado en casa, ya que tener
una permite tomar el sol, ver la tele o charlar por teléfono, e incluso cantar,
mientras se lava.
La motocicleta
Sobre las motocicletas debo confesar una
cosa que no sabía: que Harley y Davidson, eran dos personas distintas. Esto, lo
ví en un programa de televisión ameno y me lo confirmaron varias viejas
enciclopedias de papel sin título, vistas rápidamente, sobre el tema.
Cuenta la historia que el U.S. Army, vendió
a precios accesibles, miles luego de la guerra, con lo que se produjo un éxodo
de jóvenes que habían perdido sus metas entre las balas. Entre ellos abundaban
los poetas, quienes dieron a este lustroso animal de acero, la pérfida
intención de los anarquistas y los cuatreros, con una campirana dosis de cuero,
mientras componían poema del camino y la huida.
Born
to be wild, dice la canción-himno de la generación desencantada, sobre una
motocicleta que avanza en kilómetros de soledad y arbustos en Norteamérica,
gracias a unos cuantos dólares. Y pensar que aquí en Jalisco, apenas unos
cuantos han tomado la decisión confesional de poseer una de esas máquinas
heroicas a costa de tener ayuno budista por años.
Pero que belleza: ariete de gasolina, estado
automotor del biciclo, jaca de combustión interna, corcel de pistones. Su
manubrio son los cuernos fosilizados del minotauro, su cuerpo es el de un toro
metalizado y dócil. Expresa libertad desde su asiento y las mujeres se olvidan
de si mismas: son felices con el viento en el rostro en el abrazo a su hombre.
Yo supe de una dama que al subirse olvidaba hasta el nombre, y de la cual
supimos, la última vez, que había llegado hasta Oregon en una nevada.
Esta,
es uno de los mejores personajes del cine, porque sólo basta un camino, un poco
de gasolina y algo de dinero en el bolsillo, para que el sueño de ser libre,
sea posible.
El piano
Su origen se pierde en el tiempo, pero el
golpeteo de los martillos nos lleva a la era cuando los hombres golpeaban
piedras con piedras para producir filos y cuchillas y a veces una melodía.
Su familia, compuesta de clavicordios,
clavecines y demás máquinas de percusión con aires de diván, tiene el rango más
amplio en la producción de sonidos musicales. El excelso violín ni siquiera se
les acerca.
Además, ya sea en una sala de conciertos o
en la más oscura taberna llena de humo y piernas sueltas, el piano es el más
sano remedio contra el silencio y sus lapidarios matices, que van de la
meditación a la locura.
Con él se arregla lo discorde, es un agente
ordenador del caos; los terrenos del aire son interminables para la composición
en su teclado. Y los autores explican la espiritualidad en su armonía: hacen
viajes tanto al desierto como a la profundidad del océano, en el mismo momento
que hacen caer una lluvia o hacen crepitar el fuego.
En su vibración se escucha la soledad de los
genios terribles, el dolor de los sordos cuando bordean la locura, la muerte de
un ser querido, el delicado mirar de los cisnes, el mareo de quien mira a un
rascacielos, la impotencia de estar en un mundo de color ajeno.
Ante nosotros el pianista hace las veces del
barquero de Aqueronte, llevándonos en esta máquina horizontal de madera, matrushka del sonido, a un mundo de
sonidos muy distinto de este que nos toca.
La pistola
Después que pasaron innumerables diseños por
las manos de los hombres, los armeros determinaron que el mejor de ellos es
aquel que pueda llevarse en una sola y sólo ocupe para su control cinco dedos.
El sistema que diseñaron es muy eficaz, pues
la muerte es visible desde una distancia, realmente corta. El agujero mortal es
visto por la víctima y sería testigo del fuego que se haga en su contra. Esto
más que un argumento cruel es una conclusión disuasoria, pues muchos emprenden
la graciosa huida, antes que enfrentarse de verdad a la muerte. Sólo algunos
atrevidos, que tienen en alta estima el honor de su corazón y estirpe,
enfrentarán la media posibilidad de sobrevivir a tal acto de temeridad.
La máquina en cuestión no sólo es un medio
para ganar una disputa, sino que es también un estado de autoprotección que
ejercen algunos portándola debajo de la camisa o el pantalón. A estos se les
nota al agacharse o al estirarse, pareciera que se les va a ir volando un ave
que traen guardada en la camisa.
Otros las guardan como el mayor de sus
secretos, odian presumirla y practican a escondidas. Estos la tienen lista para
conservar la vida tranquila de su familia.
El portaaviones
El hermano mayor de todos los barcos o el
más ágil de todos los aeropuertos. Del portaaviones no distinguimos, si su
propósito es el de portar aviones para lanzarlos al aire en todos los mares o
el de vencer los límites en la construcción de máquinas posibles.
El enorme barco enfila proa a donde quiera
que el viento gire, si el viento voltea su rostro la nave colosal, recula como
un toro bravo y da luz verde a sus pilotos, catapultándolos entre sonidos y bufidos
de geiser, los aviones salen lanzados con una velocidad de saliva de llama
andina y en menos de lo que despierta un Polifemo una flotilla surca el cielo,
para cumplir su misión de guerra.
El portaaviones es capaz de cruzar los cinco
océanos, incluso su rastro es claramente visible desde el cielo. No es fácil
esconder uno de ellos de los ojos electrónicos de los satélites espías, pues su
cuerpo y estela son claramente visibles hasta alturas considerables.
Una flota de portaaviones es la más espectacular
reunión de máquinas presenciable por cualquier mortal, pues tal concentración
de fortalezas mecánicas parece poner en escena una asamblea de dioses marinos
de la antigüedad helénica.
Cuando está en puerto, uno no hace sino
quedar impávido ante tal coloso, pues su tamaño causa estupefacción, mudez y
asombro. Ahí, quieto en un muelle el portaaviones es una máquina silenciosa que
uno podría creer es parte del puerto. Sin embargo, su salida entre la
espectacularidad de sus motores, moviéndolo de un lado a otro, semeja el
nacimiento de una ínsula.
La mezcla híbrida de sus habitantes nos
recuerda los maravillosos relatos de Utopías, donde gente de todo tipo y
oficios habita un mismo espacio, dedicados a un mismo fin. Y sin embargo, los
pilotos son una estirpe de hombre distinta entre ellos, que nos asombra; pues
son capaces de posar su aeronave en una delgada franja móvil apenas visible en
el océano, a cientos de kilómetros por hora, con lluvia o sin luna, sin día o
con viento.
Habría que tener en mente al Polifemo al
pensar en los portaaviones, pues junto a su enorme poder destructivo, está el
espectáculo grandioso y maravilloso de un gigante de los mares.
El radio
En los largos caminos de la geografía el
radio con sus botones y pantalla de estaciones es la compañía insoslayable que
todo viajero requiere. Sus variaciones de forma, color y materiales, sin
embargo, le crean a uno dudas de conejo, acerca del manejo adecuado de la
sintonía, donde para consuelo de muchos está el remedio a la soledad por horas
y horas durante el día.
Podemos decir que para todo conductor que se
respete a si mismo, el radio es el compañero imprescindible entre tantos
paisajes y pueblos desconocidos. El radio de sintonía fina es un plus, escogido
por los exigentes, que no se conforman con las estaciones de paso y el radio de
onda corta es para los sofisticados que gustan de escuchar sucesos
incomprensibles en otras lenguas. Aunque, para muchos un buen radio depende de
la hora y el conocimiento de un programa que valga la pena con un par de
bocinas que levanten el cabello con su fuerza.
Recientemente, han aparecido modelos que
combinan todos los requerimientos esenciales, incluyendo la tecnología de
satélite. Pero por consenso podemos decir que lo más importante de todo radio
es una antena eficiente, capaz de mantener la señal que ha cautivado la
atención del usuario.
El refrigerador
Por la atmósfera recalentada de los trópicos
y la estulticia del verano boreal el hombre construyó esta máquina fría: pedazo
doméstico del polo, cubículo permanente del invierno, trozo de la noche más
fría; para preservación de la salud alimenticia.
Rectángulos fríos de pie, los refrigeradores
están por encima del cambio estacional del clima, ya que, salvo que falte la
electricidad, preservarán acogedoramente el invierno, como un hombre viejo la
vejez.
Si bien se tuvieron que solucionar algunos
problemas como el de crear frío a partir del calor, paradoja de paradojas, el
invento funcionó perfectamente, a partir de que se impuso el sentido común
acerca de dónde poner el refresco del abuelo y la leche del niño, antes que la
cerveza del gruñón paterfamilias. Así, esta máquina ártica sostiene con el frío
de sus interiores, los pilares de un cálido hogar.
Y como alguien tiene que decirlo, el
refrigerador tiene un disipador de calor trasero que es un excelente tendedero,
para esos días de llovizna y humedad extremos.
El reloj
Víctima de su propio concepto que genera
lugar común y misterio para el filósofo y el ingeniero, el reloj por unanimidad
y tautología es la máquina que lleva la cuenta del tiempo entre un consumo
infinito de energía y una caída atroz que lo despedace en la dureza
impertérrita del suelo.
Sin embargo, el tiempo podría ya no tener
que ver con esta máquina, pues casi la humanidad entera, no sabe que él es
independiente de ella y, lo más grosero del asunto, ella prescinde de él al
adjetivarse a si misma: de mano, de metal, de plástico, electrónico, de cuerda,
y otros más que sería innecesario nombrar.
Lo que sí: al reloj se le cuelga de las
paredes para que sea un párpado de las horas, para que una mujer sola como esas
señoritas de pueblo, le de cuerda o cambie de pila periódicamente hasta que
ella se vuelva un fantasma. He visto esos relojes en las casonas con olor a
azafrán y en las iglesias de los barrios viejos de las ciudades de Jalisco y
sus largas cuerdas parecen las patillas de un niño hebreo ortodoxo en espera de
su Bar mitzhva.
Cómo entonces describir la cuenta que hace
todo reloj, para así llegar a su concepto correctamente: ¿circular o infinita?,
siendo una que desgasta, envejece y caduca a la máquina, hasta hacerla
sustituir por otra y luego otra y así infinitamente.
¿Tendremos acaso que estudiarla en todos los
relojes? ¿Tendremos, acaso, que construir uno, todos, alguna vez en nuestra
vida para llegar a ese concepto? A veces se antoja tomarlos y fundirlos, pero
no es aconsejable meterse con el tiempo, pues en la revolución francesa se hizo
una reforma y el resultado fue un dictador y veinte años de guerra.
El robot
Más que para realizar trabajos inhumanamente
tediosos, peligros inimaginables o tareas de romanos, el robot es la maravilla
inventada para evitar ese sentimiento terrible de no tener con quien hablar.
Su presencia, aunque con un sospechoso dejo
simiesco, hace del hablar en solitario un acto exclusivamente teatral.
El es la máquina que compendia las funciones
y saber humanos, así cuando un humano lo requiera, pues la máquina está
disponible las veinticuatro horas del día, además de que en no pocas ocasiones
se vea obligado a echar mano de su robot para no olvidarlas; charlar,
conversar, dialogar u otra acción semejante en cualquier tema, será un acto
instantáneo.
Podemos aceptar, como al perder,
caballerosamente, un duelo de esgrima o ajedrez, que el robot será útil en un
viaje espacial durante el trayecto en las grandes y solitarias distancias
siderales o en una casa donde las labores domésticas insistan en su molestia,
sin embargo lo maravilloso de su invención será, creo, cuando en la cima de un
cerro, o a la orilla del mar o en un atardecer inesperado y sin necesidad de
ninguna orden, él ahí, también, sepa guardar el silencio debido ante la vista
que nos emociona.
El skate
Sencilla la sencillez, es el caso del skate
o patineta, como decían muy castellanamente, al principio de su aparición, la
gente en los mercados y los puritanos de la lengua.
El skate llegó como herramienta de juego,
sin embargo, por democracia se eleva al grado de máquina, pese a quien no
quiera. Pero sólo se coloca en esa categoría cuando es montado por un skato:
vato o morro vertiginoso que discurre en dos pies y media zancada las calles
con pendiente, a la manera de un surfer que se debate entre el círculo y la
línea asfálticos.
El skate es una máquina lúdica
autotransportable en su totalidad, y que a pesar del alto riesgo y dosis de
adrenalina que produce, tiene el menor índice de muertes de acuerdo a las estadísticas
de giros y saltos mortales de las disciplinas gimnásticas y, además, la
diferencia es notable si incluimos a corridas de toros, jaripeos y rodeos.
El skate, aún, no pertenece al dominio
olímpico, pero los estudiosos de la Hélade antigua aseguran que ahí, incluso,
hubiera nacido una filosofía de tal máquina, si la hubieran conocido o
inventado. Ahora, su presencia se extiende por todo el orbe gracias a las
competencias, donde en fosas secas de contornos lunares ruedan imparables.
El skate y su gimnasta entran a la poesía
con dos ruedas y un pie por delante, pues de sus acrobacias se hablará como se
recuerdan con asombro todavía, los saltimbanquis de la antigüedad que los
viajeros describieron en sus relatos de tierras maravillosas.
La soldadora
Difícil encontrarle forma a esta máquina
modular de dos tanques y un brazo cromado, que bellamente la componen, por
mencionar sólo el más conocido de sus modelos; pues, las hay de formas tan
variadas que semejan una tribu heterogénea de robots venidos del espacio.
La chispa que brota de su punta como de una
vara mágica es capaz de unir el esqueleto de la torre más grande, dejando
remolinos metálicos secos, pareciendo las huellas de los dedos de Vulcano o los
aplastados vestigios de un montón de tornillos.
La soldadora ejerce su presión de fuego,
junta los bordes y desaparece los espacios: izquierdo con derecho, hembra con
macho, aunque, también, es capaz de unir el filo de dos cuchillas y cazar
perfiles con milimétrica precisión de bisturí.
La soldadora junta las cuadernas navieras,
junta el rugoso borde de las vigas caseras y las cóncavas superficies de las
cisternas, pues en ella soldar significa hacer de las partes una sola; y su
efecto es navegar entre orillas que desaparecen al poner un puente donde no lo
había siquiera.
El submarino
Es el barco que verdaderamente cruza los
océanos y que tiene la condición de todo barco fantasma: desaparecer en el
océano ante la vista de todos.
El océano pareciera fue hecho a su medida,
pues no hay temperamento marítimo que pueda detener su navegación. Así, su
viaje no se ve interrumpido, sino cuando es la hora de reabastecer provisiones.
El submarino es la máquina de mar que huye
del aire azul atmosférico, pretendiendo llevar una vida simulada de
ocultamiento, lo que la hace ser un Mr. Hyde de las Armadas; siendo esta
característica la que le hace ser una nave profundamente misteriosa.
Aceptemos que ante todo es un veloz, duro y
enorme cilindro que disimula su existencia al moverse perpetuamente. Viaja de
un lado a otro, durante lo cual, se prepara para el combate y en la mejor de
las veces cartografía el relieve que hay bajo la superficie.
Con el submarino dan ganas de crear ranchos
enormes, donde el ganado marino paste libre y, luego, arreado, sea llevado a
puerto o alguna hacienda submarina, con pequeñas naves que se desincorporen de
una nave nodriza submarina. Así, jacas potentes conducirían cardúmenes
descomunales como en los tiempos de oro de la ganadería terrestre. Y por qué
no, en la noche en la nodriza, sobre la cubierta, los rancheros marinos harían
fogatas donde asarían carne, bajo las estrellas.
Tanto submarino nuclear destinado a cargar
armas nucleares, entonces, merecería terminar convirtiéndose en eso, y si no,
desmantelarlos para volverlos automóviles familiares en las urbes cercanas a un
astillero.
Frente a la colosal majestad del
portaaviones, la rancia aristocracia de los acorazados, el librepensamiento de
los veleros e, incluso, frente a la estulticia de los kayaks y canoas, el
enorme cuerpo del submarino nos mueve a risa por ser no más que un golfo tubo
de acero, huyendo despavorido sin saber de qué. Además, no sabemos de su
perfil, porque la línea de flotación a ras de agua, sólo nos permite ver la
cómica figura de un puente de mando, donde encogidos y apretados van un puñado
de marineros que rascan un poco de sol para sus pieles enmohecidas en su
blancura.
Del submarino, sólo nos resta decir que es
la nave invisible, como la memoria, que nos recuerda que un día salimos del
agua y cada vez que nos metemos en ella, una corriente salina y acogedora fluye
en la amplitud de nuestra conciencia.
El telar
¿Cómo abordar la naturaleza de esta máquina
que tanto modifica nuestra relación con el mundo, al unir hilos que van desde
el algodón crudo hasta el sintético kitsch polícromo? ¿Cómo, si se le piensa
tejedora de redes; si su anudar sirve para cerrar el paso del aire?
Entonces, su definición es semejante a la de
la cosedora, que está en el tipo de naturaleza noble.
Fabricar vestimenta, así como calzado, no
puede hacerse sino con una actitud religiosa, la que reflejan las efigies de
los santos, de esas que hay en los nichos de las iglesias antiguas, pues el
resultado es el objeto que hace fuerte nuestra humanidad indefensa.
La sonora manufactura que hacen las fábricas
textiles suena a una muchedumbre de ancianas que hablaran en la lengua de las
abejas, mientras llenan horas interminables con el ir y venir de sus manos
delicadas que tienden largas columnas de tela en canastas inmediatas y
risueñas.
Podemos, al mismo tiempo, pensar que son sus
operarios son los que otorgan tal naturaleza piadosa, pues ellos tienen un
rosario de hilos para reencausar la trama y terminar en un santiamén cualquier
rasgadura o faltante que dañe al tejido que cubrirá nuestra indefensión
natural.
El teléfono
Por encima del diamante, toda mujer quiere
tener uno y desde el momento que apareció hace algunas generaciones, la mujer
supo que le sería enormemente eficaz para todo aquello que tuviera que contar.
Con agenda en las piernas y un cigarrillo en
la otra, la mujer habla, dice, cuenta, platica, charla, y aprovecha al máximo
esa invención electroacústica y con ello elimina cualquier neurosis amenazante,
pues arroja el mal por el auricular como si lanzara un rayo a la verticalidad
infinita del pararrayos.
Pero es, también, por otro lado, la
herramienta que nos hace escuchar el yermo fluir del habla humana, pues lejos
de enriquecer a la lengua la sitúa en el número mínimo de frases y sonidos: sí,
no, ok, claro, como tú digas, etc. Por ello, es el lugar del lugar común, por
encima de las metáforas gastadas, las noticias y las cortesías. Y comprobamos,
a la manera de Esopo, que cada teléfono es una lengua capaz de poner todos los
males junto a todo bien.
Finalmente, nos queda decir que la aparición
de las video pantallas en el teléfono, le auguran una mejoría moral, ya que al
enfrentar el usuario a su interlocutor no habrá alegría, enojo y mentira oculta
en la conversación.
El televisor
La tele es el gran hotel miniatura en el
rincón de la sala o en centro de la recámara, que puede ponerse encima de una
repisa mínima o que puede llevarse en el auto, sin causar una mayor incomodidad
que la de doblar un cable.
Ella es la autoridad audiovisual del
entretenimiento, que funciona de la manera más sencilla, pero que opera un
efecto enorme en la conciencia colectiva, a pesar de que se nos advierte no
verla por toda clase de consejeros, tanto morales como espirituales.
La televisión o el televisor, según donde se
ponga en la geografía, es la máquina que nos pone frente a nosotros mismos,
haciéndonos a un lado como individuos irrepetibles, pues al comprarla,
conectarla y escoger los múltiples canales nos causa sueños profundos con
desviaciones importantes en nuestra conducta: se cuenta de niños que querían
volar en actitud de ángeles y adultos que quería volverse caballos hablando en
lenguas muertas.
Ella, o él, tiene un lugar especial dentro
de nuestra vida y casa, pues está ahí, en el lugar exacto entre los moradores:
ahí, donde los caminos de casa se cruzan, ahí en las encrucijadas vitales de
las rutas de nuestra vida cotidiana, como un oráculo.
La tele es, pese a todo lo logrado en la
microelectrónica, una caja de espalda opaca y frente luminosa que al encenderse
nos deja ver en su luminoso más allá la vida de ese hotel de cuartos
cambiantes, donde ocurren los eventos de nuestra conciencia luminosa y oscura.
El torno
Si el mármol de la estatua tiene la delicada
fuerza del mazo grabado en su cuerpo, el metal tiene la bidireccional agudeza
matemática del torno, que lo figura y moldea como el vaso al agua, como la vena
a la, como el clima al acento de la lengua.
Máquina hacedora de máquinas, el torno opera
como un arco que fracciona y da simetría a los metales con un movimiento como
el de la mano de un músico. Es capaz de descascarar la dureza de nuez del acero
tungstenado, al parir las flechas de los motores; es capaz de romper la agria y
engreída tecata del acero sueco, para formar las caprichosas formas de los
moldes de las entrañas de máquinas raras. El torno da cuerda a los tornillos
como si fueran vasos de barro.
Y, he visto en Guadalajara junto a las
pequeñas banquetas céntricas, esos enormes tornos con nombres de mujeres y a
veces con dibujos de mujeres estupendas, como en los bombarderos aliados;
mientras pasan alegres y coquetas morritas ante la mirada milimétrica de los
operarios torneros, a quienes presumen su chamorrín de oro.
El tractor agrícola
Aunque el tractor desempleó a los bueyes,
esterilizó a las yeguas y ahuyentó el deseo colérico de los asnos, muchas
especies de aves ya cansadas de la tediosa espera de la salida del gusano de su
guarida, celebran gloriosamente la velocidad con que desentierra abundantes
poblaciones de gusanos, mientras va y viene en las parcelas.
Vehículo de poderoso motor, con escape
ruidosísimo y cola larga y metálica que semeja a la de los saurios, aunque a
diferencia de la de estos, sirve para un propósito benéfico. Largas hileras de
tierra simétrica señalan su paso y bajo la delgada línea de la sima, queda la
semilla plantada, ya sea de maíz o trigo o arroz o cualquier otro cultivo.
Está máquina automotriz es la respuesta
humana a la fatiga post-edénica, como un sustituto al Grial inalcanzable del
descanso eterno en vida.
Su estampa, vista desde el filo de la
carretera, además, de dar aliento al viajero, otorga la sensación de que el
vacío y la soledad del campo son rotos con un amable gruñido, mientras las
pintas parvadas de zanates y garzas suben y bajan, como un látigo blanco y
negro en un festín pantagruélico, bajo el profundo sol generoso del llano.
El transbordador espacial
Werner Von Braun, pasó su vida de amanuense
del vuelo, hasta 1945, construyendo cohetes cuyo único fin era el de explotar a
500 kilómetros
del lugar su lanzamiento. El que dejara de hacerlo, no se debió a una decisión
personal, sino, más bien, a una contingencia ajena a la trayectoria elíptica de
sus inventos: la derrota en la guerra.
Los aliados, victoriosos y astutos, se
disputaron la parte de botín más preciado de la Alemania destruida: el conjunto
de científicos que habían diseñado y construido las más sofisticadas armas de
artillería desde tiempos de las bombardas turcas en Constantinopla. Los
americanos, inteligentemente, no por nada a ellos se debe mucho la
proliferación de las máquinas voladoras; se llevaron la parte más brillante del
contingente, y Werner Von Braun encabezó en América el diseño maravilloso que
terminaría poniendo al hombre en la luna.
Gigantes como los de Rodas y Gizeh se elevan
por los aires. Monumentos de Acero y amalgamas únicas, como enormes saetas
encendidas, ejercen el desapego a la tierra con la fuerza máxima de sus
motores, hornos incontenibles de presión escapatoria.
A ellos, va montado el transbordador
espacial como lo hacen los pequeños simios, mientras ascienden hacia el vacío.
Y nos asombramos de la mente de Von Braun, quien hizo de una idea, una idea
mejor.
El transbordador espacial corona la punta de
los gigantes que se originan en aquellos V1 y V2 alemanes. Y, a pesar de las
creencias de los que aman los automóviles, es el más prometedor futuro de la
vialidad terrestre. Todos pues, tendremos un asiento y, tal vez, una variante
del transbordador espacial, en la cochera de la casa en el futuro.
El tren
Largo desplazamiento de metal sobre metal:
el tren. Máquina fálica metida a transporte entre praderas somnolientas o
riscos risueños. Ante el mar es un farallón con ruedas, recorriendo la costa
como presumiendo la invencibilidad de la tierra.
El tren es múltiple y nos gusta ponerlo a
recorrer planicies y colinas, pero sobre todo túneles. El tren es una máquina
sí, pero tiene ese aire familiar entre cocina y recámara, a cuarto de baño y
bodega de triques viejos, con el rumor a cochera a punto de llenarse por autos,
caballos y bicicletas al mismo tiempo.
Los vagones, pegados a la fuerza de su
máquina tractora, andan sobre ese simpático par de rieles paralelos como
elefantes dóciles, con una vocecilla de chasquido de paquidermos en pedreras.
En ellos, la variopinta de su población hace semejarlos a una larga fila de
gusanos con colores y texturas varias, pero siempre fuertes, a pesar del polvo
en su gesto. Sus pasajeros, cuando cruzan una ciudad tienen ese aire de
prisioneros rumbo a una estación que pudiera llamarse Libertad, pidiendo
bajarse.
Hoy en día, el tren casi no cruza el llano,
sino más bien la ciudad, donde se le puso a llevar rápidamente a sus pasajeros,
a veces bajo el asfalto y otras sobre las calles. Ahí se le conoce con el
añadido de Ligero, aunque sigue siendo el mismo amable transporte que nos lleva
a lugares nuevos o ya conocidos.
La trilladora
En el campo, la visión de la trilladora que
deja una estela a ras de suelo, que levanta una nubecilla que pronto cae sobre
el terreno, es la visión profética de la satisfacción humana en camino a ser
galleta, virote, tortilla o pan de mesa, después de ser amalgama de semilla,
agua y sol en las estaciones del año.
La trilladora tiene una tolva como boca que
recibe de una cadena sinfín, que la llena, una cascada natural de granos, luego
de ser arrancados certeramente de las cañas.
Observándola en la parcela, de repente, este
enorme animal automotriz recula, hace unos gestos de contrición, gira, se
detiene y parece que ha muerto. Podríamos pensar que no dará un paso más; sin
embargo, lentamente, vienen los camiones a aliviar lo que ha cosechado. Se
acercan con el paso que tienen esos puntilleros de las corridas de toros que
rematan a la bestia, mas no: los camiones son llenados con un pequeño y largo
brazo, que pareciera atrofiado, que vacía en un santiamén la tolva,
reiniciando, la trilladora, alegremente, acaso con gozo, la fajina.
Si de día, ver a esta máquina trabajando es
algo grandioso, en la noche es algo entre fantástico y extraordinariamente
humano: la apertura de la oscuridad con sus potentes faros, el sonido
monstruoso de su motor en el silencio del campo, las apenas distinguibles voces
de los hombres, gritándose para llevar a cabo la tarea, y el inconfundible olor
del chahuistle. Yo, presencié este maravilloso espectáculo, en La Barca, y
todavía me preguntó si realmente pasó o si fue un sueño de infancia.
El velero
Sobre los veleros tengo dos ideas: la
primera, la cual me viene de tanto ver películas de aventura: todo velero es la
nave indispensable para aquel que desea ir a donde el viento lo lleve; y, la
segunda que, por cierto, déjenme decirles, viene como consecuencia de la
anterior, todo hombre debería en algún momento viajar en barco.
En esta tierra de jal, fundada ante una
costa agreste, castellanos, nativos y conversos nunca manifestaron interés
poner un pie en altamar; así que tomar un velero es algo así como predicar
filosofía en una tierra, donde el arte mayor es la ganadería.
Por ello me interesó la historia de un
marinero de nombre Slocum, quien escribió un libro, luego de navegar en
solitario el océano con su pequeño velero. Su recorrido alrededor del mundo
puso de manifiesto, cada vez que es posible, en la posibilidad humana de la
soledad y su consecuente reflexión.
Sólo me queda decir una cosa, si alguna vez
se me presenta la oportunidad de manejar esta jaca del mar, máquina del viento
que vira como un conejo y es aguantador como un dromedario en las largas
jornadas, ¿habré de escribir un libro o simplemente llevaré el de Slocum,
mientras recorro la agreste costa de mi tierra?
Sus rodillas apuntaban hacia el cielo, mientras el avión pasaba. Yo ahí en el medio, oía la aceleración de las turbinas, oía que el avión ganaba altura, oía que dejaba la ciudad por el norte. Yo me deslizaba como en el cielo. Era un avión.
Cuando terminamos, me levanté y ví, por la ventana, la estela que parecía sostenerlo como un alambre blanco que se encajaba en la tierra. El humo de un cigarro me parecía hecho con el mismo impulso. Lo imaginaba en lo alto congelándose, haciéndose tiras delgadas de hielo: pequeños papalotes salidos a cientos de grados centígrados.
De regreso, en casa, la luz de la cocina me revelaba siempre su estrechez. Frente a mí, estaba la pequeña pantalla de la televisión de plasma con imágenes de aviones atravesando las nubes. Cerraba los ojos y me imaginaba a mí mismo, colocado en el respaldo del asiento de uno de ellos.
Luego de buscar los programas donde hubiera aviones o historias de pilotos, o al menos reportajes de coches con perfil de aeronave, terminaba aburriéndome: luego de la tele, el consuelo de Internet. Una y otra vez los sitios con los films de la Segunda Guerra Mundial, los combates en Vietnam y el derribe del avión argentino aquel por un misil de una fragata británica. Pero inevitablemente me llegaba la imagen de Rocío. Hace poco, me dijo: "Casémonos". Le dije que no, porque no habría espacio para mis aviones si ella venía a vivir conmigo. "Vendemos este depita, y compramos uno donde quepan tus avioncitos, mi amor". Es cierto, algunos son grandes, otros son medianos y muchos pequeños: todas las fuerzas áreas de las dos grandes guerras y los civiles de entreguerra, juntos, en varias repisas, en un cuarto dedicado a ellos.
Tengo que confesar, forzosamente, por cierto, que me he podido hacer de una colección grande por dos cosas: la primera, una manía inusual que se confunde con una perseverancia perra, de la que yo siempre me jacto ante mis amigos y con la cual mi madre acostumbra hacerme odiar de la gente, y, la otra, que es la verdadera, the real one: la pinche baratez de la mano de obra de oriente: Stukas, perfectamente pintados por delicadas manos chinas, P-38 Lockeed exquisitamente perfilados por agudos ojos malayos, un Catalina con sus alas de hidroavión de suavecísimos colores coreanos y un pequeño escuadrón de Spitfires, hechos en la verde humedad de Vietnam; que cuelgan en un pequeño diorama simulando un ride hacia la lucha por mi soltería, pero que esta vez, habían pactado con el enemigo: Spitfires y Me's-109 sobrevolando, ala con ala, el canal de La Mancha.
Cavilaba en la oscuridad de la noche, mientras un rayo caía sobre el póster clavado en la pared frente a mi cama, exactamente en el visor del piloto de un Dassault Rafale que despega de la cubierta del portaviones Clemenceau. Tomé la decisión y la llamé. No habría nada sin mi flota, toda debería estar ahí. Accedió: "Naturlicht", dijo como diría Manfred Von Richtoven, El Barón Rojo, con su chamarra de cuero, sosteniendo la palanca de mando de su triplano.
Sin embargo sabía que ella borraría mi lista de direcciones de sitios web de la aviación, de mi computadora; que no me dejaría re-inscribirme en las varias revistas de aviación gabachas, caras todas ella, y que gracias a ello había aprendido inglés. Anyway, así que, cuando sucedió, me limité a hacer los trabajos del monje: barrer, acomodar y callar.
Días después, allí estaba yo como un piloto de un F-4 Phantom derribado, ante el comisario VC Charlie de su padre, quien negociaba con el mío sobre mi suerte: “la danza de los políticos”, pensaba yo. Mientras, sus hermanos, adultos novicios recién salidos de sus pubertad, viejos con cara de morritos; me veían, gozando con mi sufrimiento. Se reían. Murmuraban. Yo los miraba, tratando de mantenerlos a raya, con mis ojos. Sólo pedía salir de ahí y cabalgar de nuevo un Phantom. Eso era lo que quería. Pero mi futura suegra, que de vez en vez dejaba de platicar con mi madre, me despertaba con un chillido: "¿Quieres más Tequila o te sirvo Coca?" Yo simplemente le decía que no con la cabeza y le sonreía: “Fuck you”, le lanzaba en mi mente como si fuera una sucia comisaria roja del Vietcong.
En la luna de miel, la ida y el regreso en el avión maravilloso de la aerolínea americana me dejó satisfecho, francamente yo hubiera pasada las dos semanas yendo y viniendo, pero digamos que el mar y Rocío me hicieron olvidar por un rato los aviones. Lo malo viene cuando alguien nos pregunta sobre nuestra de la luna de miel: Ella siempre se enoja, pues el vuelo es lo único que comento acerca de nuestro viaje. Ella no sabe nada de amar a los aviones, I know that, por eso no me comprende. Y por si fuera poco, le molesta recordar la parte del viaje cuando le cambié mi siento por el suyo, uno de ventanilla por otro, junto a un colombiano platicón y enfadoso.
Al llegar a nuestra base, es decir nuestro nuevo depa, todo iba bien. Accedí a ceder pista y algunos hangares para su ropa. Incluso algunos de mis mejores videos, le hicieron espacio a la más absurda colección de películas rosilight del mundo. Ella me salió con que esas “eran las que pasaban en los aviones más modernos”. La miré detrás de mis gafas, de piloto. Le conteste, incrédulamente, murmullando, con un largo y arrastrado: “ok, de acuerdo”.
Un día fuimos a una reunión, hablábamos de aviones, más bien yo hablaba, cuando de repente ella se metió en la plática y comentó: "el Lightning solo, hubiera podido acabar con la guerra si hubiera entrado dos años antes en servicio. Era mucho mejor que el Mustang y el Spitfire. Fácilmente sobrepasaba, incluso, al Me-262". Pero, ¡ Qué se cree esta!, pensé, mientras mis amigos le asentían con la cabeza, complementando el dato con más información. "El Mustang fue más importante, Gordis", dije, retomando el control de mi plática, "Fue fundamental en el acompañamiento a los bombarderos, los cuales, en realidad, disminuyeron el poder industrial de Alemania y Japón". "Estás seguro, gordis? Me reviró. Los demás, atizbando un enfrentamiento, no le dieron importancia al tema y cambiaron a otro y luego a otro. Sobra decir que, desde esa ocasión, somos “los gordis” para ese grupo de amigos. En un momento en que ambos quedamos fuera de la atención de los demás, me dijo al oído: "Te la gané jalisquillo mamón. Y ya deja de fumar cigarritos de piloto transnochado". La miré, mientras encendía un Lucky Strike, con el zippo que ella me había regalado, con avión grabado en su costado. "Morra, tú también eres jalisquilla, por más aires que te des de neoyorquina, ok". Le respondí también en susurro. Ambos nos miramos con una mirada que de reojo se dirijía a nuestras bocas que esbozan, apenas, una sonrisa.
¡Bah!, qué importa, a pesar de que ha leído bastante, qué diablos sabe Rocío sobre el P51 Mustang, y si soy el Gordis no creo que les importe mucho a Rodrigo, Alejandro, Carlos y demás mandilones que sólo les gusta hablar de su hijos, me decía a mí mismo, al día siguiente, al volante rumbo al trabajo. Fuck. Yo sé de aviones, no por nada dormí varios años en la cabina de un caza americano que traje del cementario aéreo de Arizona y que tuve que tirar debido a que Rocío se negó a dormir en él. Lo que sí estoy seguro es que para hablar de aviones no sólo basta compartir las opiniones de un experto todos los días. Uno tiene que sacar sus propias conclusiones.
Rocío y yo, hemos acordado viajar al Smithoniano para ver esos aviones de cerca y preguntar a los expertos si realmente nuestras presunciones, y conclusiones, son verdaderas. Ahora que ella ya es casi una experta. Si corremos con suerte hasta podríamos subirnos a uno. Además, también estamos ahorrando para ir a Australia dentro de cuatro años, en el nuevo avión transcontinental de pasajeros. Y es que este tipo de aviones se ha vuelto nuestro favorito y especialidad. Ese avión, que cruza el océano desde Guadalajara y aterrriza en Sydney, en ocho horas, según el Discovery Channel, tiene la máxima tecnología, cosa por lo demás que nos tiene animadísimos para seguir ahorrando.
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