Puentes vacíos
PUENTES VACÍOS
Puente vacío
Un muerto…
…debajo de un
puente vacío,
debajo de un
puente callado: un hombre sin zapatos,
sin manos
oscilantes, descompuesto en su sombra,
desangrado, frente
al silencio de una multitud.
El latente puente
vacío de todo puente
salió y se quedó
para siempre.
Ahora, el puente
vacío cobija con su sombra: el silencio
de unas manos rotas,
el silencio
de una boca roja, el silencioso hueco de un alma que ha partido:
Un muerto.
Puente vacío
al sol
VIII
¿Qué sabíamos
de cruzar un puente, aquel día?
Nosotros
todos no sabíamos de la seguridad del puente.
Sabíamos de
su altura que existe mientras soñábamos
y despertábamos
para hacer travesías de oficios, verdades y palabras.
Sabíamos del
puente su solidez, pues siempre aparecía en las mañanas del temporal.
Pero en esto
del vivir, es tan fácil mirar un puente,
con el que se
olvida la muerte y el día que hay en todos los días.
Se olvida la
vida.
Se olvida que
un día, la vida se podría perder debajo de un puente
como un gusano
de hierba en un jardín cualquiera,
como uno de
esos que hay en los camellones de Guadalajara,
de las
grandes avenidas con puente.
Un puente como carrusel
Debería ser el puente un relámpago eléctrico
que cabalgue en redondo a la velocidad del coleóptero.
No en un moverse hacia arriba ni hacia abajo, sino en la vuelta
que sincrónicamente se mueve del norte al oeste,
del oeste al sur, del sur al este, del este al norte, del norte al
oeste…:
como un abierto tren de pasajeros sobre un círculo de hierro,
con musicales
caballos petrificados, de jinetes falsos y
llanos inexistentes,
a la velocidad del rayo.
Sería una eterna
carrera a lo largo del ecuador de la esfera; sería un tren
con el
intento de alcanzarse a sí mismo: una cabalgata
que te lleve de
orilla a orilla, permanentemente,
con la única condición
de saltar desde un inmóvil caballo mudo
a una orilla
que parece fugitiva.
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