Tuesday, December 05, 2023

Puentes vacíos

PUENTES VACÍOS


Puente vacío

 

Un muerto…

 

…debajo de un puente vacío,

debajo de un puente callado: un hombre sin zapatos,

sin manos oscilantes, descompuesto en su sombra,

desangrado, frente al silencio de una multitud.

 

El latente puente vacío de todo puente

salió y se quedó para siempre.

Ahora, el puente vacío cobija con su sombra:  el silencio de unas manos rotas,

el silencio de una boca roja, el silencioso hueco de un alma que ha partido:

 

Un muerto.


Puente vacío al sol

VIII

 

¿Qué sabíamos de cruzar un puente, aquel día?

Nosotros todos no sabíamos de la seguridad del puente.

Sabíamos de su altura que existe mientras soñábamos

y despertábamos para hacer travesías de oficios, verdades y palabras.

Sabíamos del puente su solidez, pues siempre aparecía en las mañanas del temporal.

Pero en esto del vivir, es tan fácil mirar un puente,

con el que se olvida la muerte y el día que hay en todos los días.

 

Se olvida la vida.

 

Se olvida que un día, la vida se podría perder debajo de un puente

como un gusano de hierba en un jardín cualquiera,

como uno de esos que hay en los camellones de Guadalajara,

de las grandes avenidas con puente.



Un puente como carrusel

 

Debería ser el puente un relámpago eléctrico

que cabalgue en redondo a la velocidad del coleóptero.

No en un moverse hacia arriba ni hacia abajo, sino en la vuelta

que sincrónicamente se mueve del norte al oeste,

del oeste al sur, del sur al este, del este al norte, del norte al oeste…:

como un abierto tren de pasajeros sobre un círculo de hierro,

con musicales caballos petrificados, de jinetes falsos y

llanos inexistentes, a la velocidad del rayo.

Sería una eterna carrera a lo largo del ecuador de la esfera; sería un tren

con el intento de alcanzarse a sí mismo: una cabalgata

que te lleve de orilla a orilla, permanentemente,

con la única condición de saltar desde un inmóvil caballo mudo

a una orilla que parece fugitiva.

Monday, January 27, 2020


Un granero en Svalbard


I

Hubo el mandato de construir un granero silencioso,
silencioso desde su mapa hasta su última piedra.
Hacerlo,
crecerlo con el ímpetu de un árbol instantáneo
en el pecho de una isla del mar del norte: una casa
con manos de mujer diligente
que lo hubiera pedido solemnemente a gritos.

Las voces de orden y edificación se cruzaron en las puertas del tiempo.
Se dictaron palabras materiales, mientras la niebla avanzaba
en el plexo solar del invierno permanente.

Hubo la orden deliberada hacia el  tierra adentro, encallada casa.
Un granero arca, abandonado al sextante, donde jamás... un capitán.

II

En el olvido quedó el mar adentro: 
ni una señal de cabotaje sobre la arena fría
Hoy está la acción métrica de las manos presurosas 
sobre las semillas que llegan, que serán mil años.
Semillas o granos de forma y alma donde está la inmediata intención del reposo
ante la latente transparencia del retoño.

Entraron a cerco la primavera y el otoño entre paredes de invierno.
Ahora ventanillas de verano, donde la fragilidad del color blanco
se escabulle por debajo de las puertas.
La forma del grano dibujada por dedos deslumbradores sobre un plástico.

En el viento líneas azules, en la tierra, hielo y rocas: 
un granero simétrico sobre la masa fría, casi enterrado
desde su concepción, bajo nubes que le anidan encima
y granos que le anidan por dentro.
Allí, cada día es un perfecto día ártico, mientras cada grano
sueña mil años.

III
A la planicie rocosa nocturna, llegan los alientos del oso y las focas.
Las aves llegan con el dulzor del grano en su corazón, mientras el mar
canta canciones de cuna a los granos dormidos entre el espanto del día
y el sonar de máquinas.

Los granos aparecieron, sobre la tierra de Svalbard, en masa, 
venidos del mar y del aire;
dejaron el peso sagrado de los costales, para entrar
al suave y liso tacto de una bolsa de plástico.

Ante las miradas que los contaron, los granos
vinieron a Svalbard a llenar a estantes:
desde Egipto, Tailandia, Mali, fueron.
Granos, con el aire fugitivo de El Nilo, que portaban el optimismo
de la Gran Muralla, con la tranquilidad del ave de las pampas.

Cada uno de esos granos, con el el aire oloroso de su camino, 
era un cuerpo redondo y sólido, oscurecido por las nubes. Era la forma
de una montaña hacia el sur. 
Ahora, el grano llega a cuentagotas, en pequeñas bolsas, 
herméticas como una tumba que nadie puede hacer hablar,
por temor a la atmósfera.

Ahora, esos granos son perros 
que alejan al lobo del hambre, sobre la tundra.

Granos que espantan el miedo.

IV
El miedo: viaje a nado en un oscuro río africano. 
El aullido del miedo en el pecho del hombre. El terrible miedo.
El miedo al invierno nuclear, con su roja cosecha de fuego terrenal.

Miedo al furtivo meteorito, piedra volátil que caería como noche 
deshaciéndose en estrellas
sobre los valles y los ríos: sobre ciudades ataúd.

El miedo: semilla funesta que crece sin luz, sin agua,
grano funesto que crece sin luz, sin agua, a fuerza de humedad
y pantano, a fuerza de ira y memoria.

El miedo, fruta de la envidia, carne de la soberbia: la semilla amarga del miedo.
En el pecho de cada hombre crece a fuerza de óxido, de tristeza,
en los torrentes rojos de la tierra humana.
Es la semilla que no espera mil años, sino que crece inmediata 
con el ímpetu de quien teme profundamente.
Es la semilla que crece en el campo áspero del corazón
de follajes rucios y espina aguda, donde un viento quejoso
cargado de sangre gira sin cesar.

Y ante él, el grano como reserva tiene la vocación 
del cardumen, que nunca pierde la esperanza.

Así, los granos pasan del horno de Namibia, de la humedad de Tennessee,
de la resequedad de Jalisco, de la tibieza de Provenza,
del congelamiento de China, de la dureza de las Pampas, 
del sonoro verdor de altura de Ecuador y de Colombia
a la blanca tranquilidad pétrea de Sptizbergen.

V
La semilla inocente que espera mil años, 
para crecer; hace el movimiento espiral de su ADN
en la tranquila somnolencia polar, de casi una muerte,
donde la quietud es quieta, donde la soledad es sola.

En mil años, parecerá escucharse alrededor del arca de las semillas:
aquel día, cuando llegaron frescas a las manos que las sellaron en bolsas.

Svbalbard…extraña palabra que resuena al cruzar labios hispanos,
esa voz, esa lengua que detiene el tiempo en el borde de la boca,
que recuerda el eco de la pisada y el tamo de la nariz del oso blanco
ante un cercano mamífero marino,
en un banco de niebla, en la isla de las semillas dormidas.

Friday, October 25, 2019

Puentes vacíos


Un puente vacío 

sol arriba, después de media día,
en una ciudad, una avenida.

Una boca sin aliento, muda,
una mirada sin imágenes, dedos rotos sin saludo;
en una avenida una multitud en silencio:

un muerto.

Debajo de un puente sin andantes, callado.
Debajo: un hombre sin zapatos,
sin manos oscilantes, sin sombra, sin sangre.
Un silencio, una no multitud.

El puente vacío que hay en todo puente
ha dejado de ser latente.
Puente vacío que cobija con su sombra el silencio de unas manos rotas,
El silencio de una boca, el silencio de un alma que ha partido.

En sus labios no habrá más saludos,
ni viento, ni sol:

un muerto.


El puente

El hombre que se rompió,
otras voces sustituyen a la suya,
porque su voz no está:
su voz no está dormida,
salió, ha salido, se fue,
se desliza río abajo, arrastrado por la corriente infinita
que cae en un cauce vertiginoso hacia el cielo.

Es el hombre que no está más vivo:
Es hombre escondido en el bosque más oscuro
del país de los caminantes sin retorno.

El hombre que correrá siempre, en búsqueda de un puente
que deberá cruzar una y otra vez,
de puerta a puerta, de escalón a escalón
como fantasma, permanente
fantasma.

El hombre roto,
en su silencio,
debajo de un puente: su cadáver.




Puente vacío al sol
I
¿Quién ha sido ese hombre
que pasó del todo a la nada terrestre,
el que dejó la soledad
del puente vacío, rota?

¿Por qué su voluntad se decantó
en un falso paso rápido, pseudo-veloz, lleno de azar
hacia una vulgar línea asesina, ancha en su concreto,
alta planicie insegura

en lugar de viajar por un balcón perpendicular,
en lugar de tomar un camino seguro y suspendido
a ocho silvestres metros del trasiego segador?

Dejarse caer a la calle en lugar tomar la media vuelta.
Dejar sumirse la testa en un profundo río de metal
hasta desangrarse en rocas horizontales
y la espuma propia.




Puente vacío al sol
II
¿De ese hombre, qué será de su memoria
derramada en la porosidad del asfalto?

¿A dónde marcharon los días de su infancia:
días de perro lamiendo su cara, de golpes de balón y portería,
de sabor a pan y vianda callejera?

¿A dónde fueron sus recuerdos
que imagino vuelan esparcidos en el tiempo
entre meses y minutos libres,
entre círculos plásticos y frentes metálicos
de los autos que esquivan
lo que quedó de su mirada; que en otro campo
recién despierta de su sueño biológico?


 Puente vacío al sol
III

¿A dónde fueron, de aquel hombre,
la respuesta a los enigmas que abren los planes
que nacen tardes de fiesta;
a dónde la resolución de sus problemas
conyugales, pendientes de un pacto de no agresión
entre un Marte histérico y una Venus díscola;
a dónde fue urgente su programa de deseos,
tal vez entre gladiolos de agosto.
¿A dónde carajos echó carrera el argumento de su defensa
contra la vida itinerante de todo pedestre;
a dónde partió el monólogo descompuesto del día
después de aquel partido de futbol perdido;
a dónde carajos el discurso de despedida
que lo liberaría de una deuda inútil?



Puente vacío al sol
IV
¿Hacia dónde partió su ciega voluntad
que intentó cruzar esta avenida?

¿Dónde perdió el gramo de voluntad necesaria
para detener sus pies y darse vuelta sobre un grano de sal?

¿A dónde fue ese gramo cristalino de arrepentimiento
que le hubiera detenido ante una luz verde asesina
para quitarse saltando, para salir de lado al mortal camino
donde acelera la semilla de la muerte?

¿A dónde fue su voluntad disgregada ahora
en el vuelo de su último aliento
como una paloma que se eleva y eleva
mientras va perdiendo sus plumas, una a una,
al ir ascendiendo?

¿A dónde fue esa voluntad
que se elevó como un globo perdido
que escapó de la mano de un niño
que no recordará nunca más su nombre, allá?

Puente vacío al sol
V
¿Quién ha sido ese hombre
que pasó de la compañía fructífera
a la soledad más absoluta;
ése, el que dejó la voz
bajo el puente vacío, sola
como un ave de un único soliloquio
que fue canto entre un átono cielo azul
y un lago de profundo espejo?

¿Quién, ése,
que invocó exitosamente el vacío del puente
jalando del cielo una cuerda con gancho
que desinjertó su alma al ritmo del rataplán
del rucio tambor metálico de un auto?



 Acotación

¿Quién, ahora, empuja un relámpago-trueno
a los oídos de sus familiares?

¿Qué oídos tendrán sus hermanos,
sus padres, sus hijos,
su compañera? ¿Qué fuerza tendrán
ahora que son ultrajados,
violados, ensordecidos?

Un temblor con punta de hielo
ha entrado a sus cabezas a desflorar
su tranquilidad y a amputar sus tímpanos
con el hacha de la lengua; para hacerlos
gemir y lanzar guturales doloridos a diestra y siniestra.

¿De dónde sacaron fuerza los dolientes
para soportar las palabras:

ya no vive, se fue, se ha ido, está descansando >??

Su cuerpo el sitio rendido de una plaza sin fusilería ni parque, cuerpo
acuchillado en el suelo.


Puente vacío al sol
VI
¿Quién ha sido ese hombre
al que se le metió esa cosa tremenda
llamada necedad
que lo llevó a cruzar la planicie
gris y dura, cruel y matadora,
con el desparpajo de Adán en el paraíso
que caminaba como si sólo hubiera cielo
entre las nubes y su pie?

¿Qué ha sido esa cosa llamada necedad
que se hizo presente en su cuerpo?
¿Será hermana de la locura, del odio, de la soberbia,
de la pereza: hermanas podridas en la vigilia;
que lo enceguecieron y empujaron?

Esa cosa de fuerza plena
que vino a pelear como marea roja
el lugar de la Providencia y el asombro previsor,
como energúmeno total que suple a la prudencia.

Cosa de raíces irrefrenables, hiedra.
Hiedra que de tanto estar abajo
sube un día y se apropia de la vida más alta
Esa cosa
que tenemos y sienta trincheras
entre venas cerebrales, más allá de la enramada
apretada y ósea que llevamos en el cuello.

Esa cosa
que se vuelve gusano espiritual
que enquistado muere y resucita
una y otra vez, testaduramente, como
floración en invierno
en el mismo lugar, allí en la cabeza.

O en el corazón.

Pero,
alguien dice que es en todo el cuerpo
porque a él, le vieron correr como queriendo parar
pero que seguía corriendo, mirando hacia atrás.


 Ellos

Ellos lo vieron mirar hacia atrás.
Mas las piernas
y pies llevándole
hacia el matadero como un obseso
que no pudiera desobedecerse a sí mismo.



 Intersticio

En el reflejo del vidrio de mi ventanilla
hacia mí, de mí, el cristalizado borrador de mi rostro:
mi boca entreabierta, dejaba respirar a la razón
ante la imagen antepuesta del cuerpo tendido.

Pedir permiso al tiempo, a la tierra, a la vida,
sin dejar escapar el veredicto. Hubo
tanta imagen de sangre circulando entre ideas,
sin acusación ni maldición
que no puse declaración alguna de aliento significativo
ante esa camisa manchada,
rojiza.

Y sostengo que la evidencia estuvo presente
como una roca sólida,
concreta como la mirada de un creyente,
ardua como los surcos al final de la jornada,
incólumne, como un pilar en medio de una catedral.

Dije un murmullo monológico, en mí:


Puente vacío al sol
VII
A ese hombre, una masa acelerada,
con la fuerza de un azuzado minotauro,
lo transformó en un guiñapo sin voz:
a portagoyala el toroauto rugiendo
desdobló su laberinto vital
desde el rostro y entre su cuerpo flácido
rompiéndolo por la espina:
su cuerpo todo se volvió un nudo ciego.

Ese hombre tendido
en el diván de su atropellamiento
ya no fue más aquel hombre que fue. Será
la fotografía escandalosa en una mano incesante al sol
que lo agitará como papel y noticia, ante los parabrisas.
Ése, será conmigo el: “él y yo”, nosotros dos,
unidos por el olor del cemento tapizado
de cadáver, caucho, y sangre.
Él y yo, compartimos las amarras de la planicie:
mi auto detenido, sus zapatos detenidos, al cielo;
el gris cemento nos alojó calladamente
como un paradero hacia el mediodía del paraíso.

Ese hombre desde entonces ya es este hombre
de mis pupilas, atrapado para siempre
en una fotografía personal, intransferible.
Ya no es un muerto más
de escalera ni de diario amarillista
es
el muerto. Mi muerto.

Ése que un auto convirtió en mi conocido,
en mi amigo sin rostro ni saludo,
de tremendo rojo plasmado en sus mejillas,
a través del vertical vidrio líquido de mi ventanilla,
ante una planicie gris y dura y cruel y matadora.

Ese hombre, mi muerto, está para siempre, en el reflejo del vidrio
a cuerpo varado. Y yo, sin dejar escapar
el veredicto desde mi ventanilla, tomaba aliento
para levantar mi razón.