Friday, October 03, 2008

Amarás a tu robot (como a ti mismo)

Amarás a tu robot
(como a ti mismo)


Un azul metálico resplandecía en sus cuerpos blindados que agachados rodeaban la casa, listos para entrar por puertas y ventanas. En el cristal de las gafas de uno de ellos, una rayo de luz se desviaba, cayendo sobre su badge, donde unas siglas se dejaban ver: PID, Policía de Investigación Digital.
-Cerco completo, la mercancía está disponible- escuchó en su auricular. Miró hacia la ventana cercana y luego miró dentro de los lentes de su máscara, donde un holograma le indicaba, en una imagen parpadeante, el camino que tendría que seguir hasta llegar a donde se encontraba el objetivo.
En un instante, a la señal convenida todos saltaron y la puerta del departamento se desintegró por el efecto de una bazuca láser. Varios pares de botas avanzaban entre la oscuridad bajo la guía de un robot scout, parecían un ciempiés verde linterna, moviéndose a la velocidad del sonido.
Al sentir un peso, despertó de su modorra, abrió muy grandes los ojos cuando vio que una docena de armas de todo tipo, desde convencionales, de pólvora, hasta eléctricas le apuntaban al rostro. El menor movimiento de sus manos le hubiera costado la vida.
-¿Andrés González?- dijo un oficial, quitándose las gafas, mientras se sentaba en el borde de la cama, mientras alejaba cartuchos de aire, de entre las sábanas. Hasta ahí llegaban unos haces que lanzaba una pantalla hologramática que cruzaban, desde la pared de enfrente, una serie de vapores repugnantes que llenaban la habitación, la cual tenía meses sin ser ventilada con aire natural.
-Sí...- dijo, el sorprendido inquilino, en voz baja y entrecortada, con un sonido apenas perceptible de su lengua. Dejaba ver sus dientes amarillos que tenían una apariencia repugnante por haber comido alimentos chatarra durante años.
El oficial puso una placa grande, que tenía el escudo de la Corte de Justicia, sobre la cama, apretó un botón lateral. Lentamente y, mientras él se quitaba los guantes, un holograma se elevó velozmente como arrojado por un cyborg tallador de Las Vegas, de esos que lanzan cartas con distintas poses de Elvis. La imagen que salió no era la del último rey americano, sino que era la imagen de un juez en una corte que hablaba gravemente:
-Andrés González, el municipio de Guadalajara lo acusa de violar la Ley de Propiedad y Convivencia Androide del año 2074, en la Sección Inactivos y de sus respectivos reglamentos de: Compra-compromiso, Uso y almacenaje, Uso y Mantenimiento, Uso y Reciclaje, en los siguientes equipos: 9QW38R0O, AS8UQnvXÑ0, ASDv98a9svu...-, y una larga lista seguía contando el juez del holograma bajo la mirada atónita del detenido. Mientras tanto pasaban, transportando en una carretilla transparente, un robit y unos guardias SWAT lo que parecía ser el resto de un androide con un rostro y unos ojos agradables. Otros robits los seguían, empujando más restos de androides.
El holograma seguía contando la lista de víctimas. Pero él, Andrés González, no hizo más caso del holograma, más bien alzó su cabeza para ver el desfile de restos, mientras pasaban.
-ASDv98a9sVU...- murmulló el de los dientes amarillos.
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Esa mañana fui al Gran-Almacén. Di varias vueltas alrededor del stand, luego para terminar de convencerme, me acerque lo más que pude. Ahí, debajo de una enorme lámpara, estaba con un gran letrero: “Androide de última generación” y con una etiqueta que mostraba sus capacidades: aquellas de los que trabajan en las lunas de Júpiter, un tipo capaz de hacer cualquier reparación y tarea industrial.
Ahí estuve recargado en una posición que duró varios minutos, hasta que me dolió el brazo, mientras hacía cuentas mentalmente. Entonces, activé mi tarjeta de compra, digitando los números que copie de una placa junto a una de sus botas.
Al llegar a la puerta del almacén, un robot con toda la parafernalia publicitaria del lugar, me esperaba con la enorme caja que contenía el androide.
-No le puede ordenar salir hasta que haya cruzado la salida de la tienda, señor-. Dijo el robot en un tono metálico de mayordomo.
-Ok, no hay problema-. Acto seguido le ordené con un ademán, para que me siguiera por el estacionamiento, llevando la caja, hasta un costado de mi automotor. Ahí me detuve.
-Aquí- le señalé con un dedo y el robot se detuvo. Bajó fácilmente con sus brazospala la caja, como si no pesara. Yo lo contemplaba, mientras él hacía la maniobra.
Una vez que el robot cerillo se hizo un poco para atrás, dije:
-Sal-. Entonces, de la caja salió un brazo y luego otro, y enseguida el resto del cuerpo. Ya fuera, como un recién nacido, pero de pie. Lucía imponente sobre la enorme bolsa de plástico protectora que lo había envuelto y sobre los restos del embalaje y la caja. Un ruidillo de pequeñas micro-turbinas se oían. Él empezó a recoger la basura y a compactarla.
- Dale esa porquería al cerillo y sube. Maneja-. Le ordené.
-Gracias por su compra- dijo el robot-cerillo mientras se alejaba con una minúscula caja que era en lo que había terminado el empaque. Este al pasar por un cesto lo echó. Decía Reciclaje.
Subí al auto por la puerta del copiloto, le dije: “A casa”. Se encendió el mapa del parabrisas y el auto arrancó. Nos fuimos en silencio hasta mi domicilio. Ahí detuvo el auto, descendió rápidamente y abrió mi puerta.
-Súbete al auto- le dije.
Cuando estuvo sentado, con las manos plásticas al volante y mirándome, le dije:
–Baja-. Y cuando estuvo sobre la banqueta, a mi lado le ordené, nuevamente:
-Sube al auto y luego bajas y luego te subes.
Sin voltear hacia atrás me dirigí a la casa. Abrí y entré. En la oscuridad de la noche, los colonos no notarían lo que sucedía frente a mi puerta, así que me dispuse a recostarme. Ya en la cama abrí un cartucho de aire puro y encendí la televisión.
A la mañana siguiente, un poco antes de que la mayoría de la gente despertara, salí a la puerta desde donde pude ver al robot entrando y saliendo del auto. Lo llamé. Vino velozmente.
-Estoy por irme a buscar trabajo, limpia la casa-.
Cuando regresé, diez horas más tarde, la casa estaba impecable. Hacía quince meses que no la limpiaba, quince meses de solicitudes en la oficina de apoyos para desempleados, los “Inactivos”; quince meses en la sección de servicios domésticos, área de renovación de equipo o sea préstamos para sirvientes mecánicos.
-Para ser reciclado eres bastante efectivo- le dije, detenido ante el espectáculo de brillo y buen olor.
El día siguiente fue igual: limpieza total, incluyendo el cuarto de todos mis desperdicios metálicos. Cuarto sobre el que, por lo demás, le previne que no comentara nada. Y le prohibí pensar sobre lo que vio, que borrara de su memoria todo lo visto.
Unos días más tarde le ordené pararse de puntas en la parte más alta de la casa, con una toalla de colores y puntas deshilachadas para espantar a todos los pájaros que pasaran por ahí, pues me tenían hasta la madre sus excrementos que llenaban mis cornisas y ventanas. Incluso lo dejé en la noche: “para que espantes a los vampiros y murciélagos”.
-Bien, bien-. Era lo que me limitaba a decirle. Pero una tarde llegué a casa con ese sentimiento obsesivo que me ha perseguido durante mucho tiempo, luego de un día infructuoso. Además, tenía una sensación de cansancio infinito. Ahí estaba él, parado, mirándome como un perro esperando que le lanzara cualquier cosa para traérmela de inmediato.
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-¿Creías que no te íbamos a agarrar, grandísimo bribón, gordete de mierda, reventador de silicios, eh? Le decía el oficial, mientras le daba palmaditas en la cabeza y golpecillos en el abultado vientre blanco y flácido.
- Fuck ya, pinche poli- le contestaba apenas audiblemente con su lengua que entresalía de sus dientes amarillos.
-Imbécil, sabes que por haber desperdiciado el dinero del estadueplob te has ganado muchos años de cárcel-. Le gritaba sarcásticamente el oficial de policía, mirándolo a los ojos. -Te teníamos vigilado cabroncito, sólo fue cuestión de tiempo. Dejamos que pensaras que todo iba bien para echarte un buen número de años encima, perro. Después de todo es el mismo trámite para dos que para veinte años -. Lo miraba el oficial, lanzándole gotas de saliva a su rostro. -A todos los imbéciles como tú, siempre los agarramos, con las manos en la tarjeta-. Y se le quedaba viendo, como queriendo investigar la naturaleza de ese individuo que tiene tal tipo de conductas. -Eres un pobre perro. El mundo cy nos es para tipos como tú, que no saben cuidar a estas máquinas. Una granja org, sería magnífica para ti, aunque, sabes, ya es demasiado tarde.
– Me vale madre si voy pa’dentro, al menos ya no tendré que verlos. Y sabes qué, poli, fue divertido... Y, lo más divertido fue ver cómo iba llenándome de ellos y cómo los iba retirando de circulación. Además, quieres saber una cosa? Al menos así trabajaré, jajajaja, para beneplácito de mi ex-mujer-. Le respondía el de los dientes amarillos, mientras gotas de sudor repugnante le escurrían por la frente.
Un policía se le acercó al oficial por detrás, acercándole un cuaderno pantalla. Este lo encendió calmadamente. Clavó la vista, mirando los datos que aparecieron.
-Parece ser que sacaron todas- le dijo el oficial, levantándose, mientras lo miraba y dejaba de reír. Una cara seria le volvió al rostro.
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Ese día llegué y puse mis cosas, en orden, en mi pequeño closet de madera, el tesoro de la familia, de madera auténtica. Así me decía a mí mismo, mientras le pasaba la mano encima. Arriba de él, clavada en la pared, una pantalla ultradelgada presentaba alternadamente las fotos de siete generaciones de mi familia. Me le quede viendo hasta que aparecieron, finalmente, las fotos de mis hijos y de mi ex-mujer. Seguía hermosa, congelada en esa foto en el tiempo, en el nacimiento de mi tercer hijo. Pero me llegó esa rabia...
-Ven androide-.
-Dígame señor-.
-Siéntate en ese banco-. Le dije señalando uno que estaba a unos pasos, en el área de la cocina.
-Levanta tu brazo derecho-. Me dijo, mientras me miraba tomar un juego de herramientas.
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-¡Eres un imbécil Andrés, eres incapaz de hacer algo bueno, cabeza de chorlito canino¡ Mira hasta esos pinches robots, ellos hacen las cosas mejor que tú, animal-. Me decía mi mujer mientras limpiaba a uno de los niños que se había echado la sopa en la cabeza.
-Qué sabes tú de la naturaleza humana comparada con la de los robots, Ronda. Si lo único que sabes es que tu madre te parió un pinche día de Primavera, como sabiendo que iba a parir una perra. Y por si fuera poco, para estar segura te puso ese pinche nombre de putita de Elvis.
-Para eso me gustabas, bastardo de comic barato: ofensas y ofensas y ofensas. Pero sabes qué Andrés, un día de estos me largo, me oyes, maldito panzón. Me largo y sabes qué, que vas a quedarte solo con un pinche androide a quien fastidiar, pero déjame advertirte una cosa: un androide no te va pelar cabrón, como te pelo yo. Porque si no lo sabes, a los androides les vale madre si les hablas o no les hablas, les vale madre si tienes nostalgia o sentimiento. Les revale. Esa sintonía fina, mi estimado perro gordo, no la notan ellos. Ok.
-Deja de joder.
-Claro, nene gordo, eso es lo único que sabes decir. Deberías quererte aunque sea tantito, méndigo mantecoso, quiérete, ámate a ti mismo, porque así empezarías a bajar de peso, a conseguirte un nuevo empleo, a llevarte bien con la gente, ehh? Bien me lo decían mis amigas, no te cases con ese, de seguro en diez años ya no va a tener empleo, su pinche carrera vale madre y es incapaz de renovar sus estudios. Pero aquí está la pendeja de yo casada con un ballenato de bermudas azules, y tenis desgastados.
-Deja de joder, mejor sube y baja las escaleras para que bajes, mendiga, que tú también estás hecha una ballena.
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-Señor, está prohibido lo que hace- me dijo cuando con unas pinzas y un desarmador empecé a desarmarlo. Era una especie de cirugía de garage, en la cocina de mi casa. Esta vez fue más fácil, ya tenía experiencia.
-Ya lo sé imbécil, pero tu no vas a decir nada, o sí? Te volverías un traidor hacia tu amo, bastardo de hojalata de comida de perro, eh Maldito?! ¡Y no vibres cabrón!
-Hay impulsos que no puedo controlar, Señor.
De pronto, ya habían pasado un par de horas, el brazo aflojó y con una segueta le trituré el resto de las conexiones. Lo arranque de un tirón. Fui y lo arrojé a donde tenía ese montón de fierros. Hizo un gran estrépito al caer.
Regrese a la cocina, tomé una silla, me senté al contrario, encendí un cigarro y mirándolo de frente...
-Recuerdas lo que has hecho los últimos dos meses,
-Sí señor.
-Pues vas a hacerlo todo de nuevo, pero con un solo brazo, OK?.
-Entendido señor.
Ahí, en ese mismo instante empezó el androide a limpiar, a pintar, a pulir, a arreglar y reparar. Con un brazo y una maraña de cables saliendo de su hombro derecho.
Pensé que se me pasaría, pero no habían pasado más que algunas cuantas semanas, cuando nuevamente me llegó ese sentimiento incontrolable, de furia; que me hace estremecer del coraje y que me hace pensar en la maldita Ronda, esa puerca adorable que no supo ver en mí más que a un miserable bastardo fracasado de dientes amarillos.
Esta vez le arranqué los pies. Y las faenas comenzaron de nuevo, aunque las de exteriores fueron en la madrugada, para evitar que los mirones notaran que el androide carecía de miembros de las rodillas para abajo.
En el lapso de cinco semanas prácticamente deshice al androide. En el último viernes abrí la puerta de mi cuarto de desperdicios y lancé, que digo medio arrastré el cuerpo del androide ASDv98a9sVU, cuyos ojos agradables, como de mirada de perro agradecido, me habían alguna vez conmovido. Pateé su rostro, antes de cerrar la puerta.
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-Por si quieres saberlo: Los que cuidan la cárcel, son andros y robits, y uno que otro robot y cyborg-. Decía el oficial de policía con su libreta luminiscente, mientras se alejaba. En el umbral de la habitación, volteó diciéndole: -En tu caso serán los que destruiste, mejor dicho, los que intentaste destruir serán tus guardias, aunque claro en una versión sin corazón ni alma, o sea sin el decálogo ni conexión de auxilio al BB. Ahora se pueden defender al sentirse agredidos física o psicológicamente. El de los dientes amarillos volteó y, como si fuera un personaje en una enorme pantalla que voltea a ver al público espectador, abrió de una manera desorbitada sus ojos. Una sonrisa discordante se formó en su boca, mientras de ella una risotada grave y asonante iba saliendo y llegaba hasta la figura del oficial que parado en la puerta se ponía su casco, mirándolo, antes de salir a revisar las piezas para identificar a los androides perdidos.

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