Todo es rugby
Todo
es rugby
novela, frag.
Ahí
estaba yo: echado en el sillón viejo de la sala, frente a la tele vieja; viendo
cómo el árbitro silbaba el final: Sudáfrica había ganado la Copa Mundial de Rugby Francia 2007.
Le habían ganado a los ingleses, quienes creyeron firmemente que podían ganar y
repetir el triunfo que habían logrado cuatro años antes. Al menos eso era lo
que decían los comentaristas argentinos.
Era
el segundo partido que veía de rugby en mi vida, y eso gracias a una “TV por cable”
que mi madre había contratado luego de haber entrado a la maquiladora aquella,
la que en un principio y que durante algunos años dio buenos tiempos a una casa
de escasez frecuente.
“Quince
a seis, ¡mis respetos, cabrones!”, dije en voz baja, "cuadrándome a la militar" hacia la pantalla, mientras los sudafricanos levantaban la copa que habían
ganado arduamente frente a los ingleses, cuyos rostros sucios, sudorosos y
enfadados enfocaban las cámaras.
Un
día antes, los argentinos habían ganado contundentemente a los franceses en la
lucha por el tercer lugar. “Argentina, ¿tercer lugar mundial en rugby?” me
preguntaba sorprendido una y otra vez desde el momento que apagué la tele. Y es
que, en Guadalajara, los argentinos o bien se dedican a jugar fútbol o bien a
vender carne asada. Así que ver jugar rugby, sorprendido como estaba, a esos “chés”
que hablan un español confuso, con un acento italiano, me costaba trabajo,
trabajo al verlos jugar en un tú-a-tú contra ingleses, franceses, australianos
y sudafricanos.
¿Pero
por qué me había parecido sorprendente? Después de todo en Jalisco, en ese
momento no sabíamos nada de rugby. Bueno, pues yo, al menos, lo sabía desde apenas
dos días antes, y eso por casualidad ya que había entrado a ese canal de
deportes, buscando en qué entretenerme, pues el hecho de no haber salido en las
listas de admisión de Preparatoria me había dejado sin actividad alguna, por lo
menos de las productivas. Mientras que, en Argentina, llevaban ochenta años
jugando, y jugando bien, como los británicos.
Los
argentinos habían ganado treinta y cuatro a diez a los franceses. Con un juego
demoledor. Eran dos equipos formados por guerreros que corrían y luchaban en el
campo tras un balón que la mayoría de las veces no se veía, cosa que me mantenía
confuso, pues en ese momento yo no sabía ninguna regla, sólo las intuía, aunque
gracias a la explicación de los comentaristas, aquellos argentinos, pude
comprender algo del partido.
Así
que, mi primera impresión del rugby estuvo empatada con mi primera conclusión
sobre los argentinos: es un deporte de ingleses que se puede jugar en español,
en el cual hay que darlo todo, y otra cosa: donde los equipos chicos se miden
contra los grandes, de una manera esforzada y disciplinada, aunque pierdan, como
en la semifinal Argentina contra Sudáfrica, o como en la Guerra de Malvinas, guerra
en la que, según Humberto, el Jume, el novio de mi madre, aunque los ingleses
los hayan pisoteado con sus Harriers y sus Gurkas, hace muchos años en el Atlántico
Sur, los argentinos les dieron la pelea.
Me
metí a la cama y mientras me vencía el sueño recordé que, al día siguiente,
después de Misa, evento al que mi madre nunca faltaba, a pesar de sus
contradicciones, al menos las que le creía yo, ella iría con Humberto al Parque
Metropolitano, ya que desde hacía días venían diciendo que irían con algunas de
sus compañeras costureras y con sus esposos o novios o pareja, así como con algunos
de sus hijos, a pasarla juntos ese domingo para salir un poco del ambiente de
tensión en el que había caído la alguna vez feliz maquiladora.
Mi
madre como la mayoría de las que trabajaban en la maquiladora textil, era madre
soltera. Era mi madre, pero era soltera como la que más de ese grupo, a pesar
de que si por ella fuera hubiera dejado la soltería desde hacía mucho tiempo atrás.
Mi padre, también soltero y que para esas fechas debió tener más de cuarenta,
era un tipo al que conocía, pero al que jamás veía. A él jamás le había interesado
la responsabilidad que había contraído al procrearme, de ahí que siempre le
agradecí a mi madre el haberme puesto sus apellidos de soltera y el de, sobre
todo, haberme dicho y nunca ocultado quién era mi padre.
Otra
cosa de Margarita, mi madre, eran sus novios, ellos eran siempre de dos tipos:
unos, los buena onda, los “leñas”, que nos sacaban a pasear a ella y a mí, pero
que a pesar de los buenos deseos de mi “jefa”, nunca se animaban a dar “el
último paso”; y los otros, en cambio, simplemente eran los típicos vatos que sólo
iban por un rato de diversión en medio de las piernas de ella, sin importarles
lo que Margarita quería de la vida. Sería por eso que nunca tuve hermanos.
***
-¡Ya
nos vamos al parque, Míke! ¿Estás seguro que no quieres ir? – me preguntó mi
madre, mientras caminaba hacia la puerta, llevando una bolsa grande en la mano,
donde llevaba los lonches y demás bastimento que había preparado para aquel día
de campo.
-¡Vamos
Míke! Allá nos echamos un partidito. Van ir muchos morros como tú, allá
formamos equipos y nos ponemos a darle al balón, ¿qué dices?.- decía el Humberto,
el Jume, parado en la puerta, bajo una gorra de los Diamondbacks de Arizona,
lugar donde había trabajado varios años. Él me animaba, mientras con una mano
sostenía su mochila y con la otra una bolsa con refrescos -. ¿O, lo que pasa es
que quieres quedarte viendo la tele todo el día? – me dijo en tono de burla y
esperando que le contestara afirmativamente.
-Quiero
ir al Internet.- Les dije mientras me tomaba un vaso de agua, en la cocina, la
cual se veía perfectamente desde la puerta de entrada donde estaban parados.
- ¿A
cuál Internet, si el de doña Chayo está cerrado y no creo que haya uno abierto
hoy domingo por aquí cerca? - preguntó mi madre con un tono de imprecación y
empezando a desesperarse.
-No,
ya lo sé que está cerrado, más bien pensaba ir al centro. Arre, me voy con ustedes
y me quedo en alguno que encuentre abierto. Allá hay muchos - les dije mientras
dejaba el vaso en el fregadero y tomaba mi gorra del sofá viejo.
-¡Vámonos
pues, si ya lo decidiste, vámonos! -. Me dijo mi madre, mientras alistaba sus
llaves para cerrar la puerta, dejándome un pequeño espacio para salir de
nuestra pequeña casa de interés social.
Mi
madre y Humberto iban felices: era su día de descanso, en cambio a mí eso de ir
hasta el Parque Metropolitano, no me habría hecho feliz para nada. Si bien es
cierto que cuando fui niño siempre disfruté de esas salidas, una vez que crecí
dejé de acompañar a mi madre a todos lados, o ella de llevarme consigo,
situación que de algún modo cambió nuestra relación.
Ir
a ese parque, recuerdo, era un largo viaje, era un largo camino en “L” que
significaban unas dos horas en camión. Al principio valía la pena ir sobre todo
cuando era un parque lleno de árboles y césped verde, hoy tiene muchas
construcciones que lo hacen parecer más un parque de diversiones que un
lugar campestre.
Yo
me bajaría ahí donde doblaba la “L”, en el centro de Wanatos. En ese lugar
ellos tomarían otro camión rumbo al parque, de hecho en ese punto se habían
quedado de ver con algunas de las costureras. Y efectivamente, al bajar del camión
urbano en esa parada, ya estaban algunas de ellas con sus bolsas y cosas para
día de campo. Supe que otras llegarían allá, eran las que tenían coche.
-Nos
vemos en la casa, en la tarde - les dije al separarme de ellos. Mi madre me dio
un rápido adiós con la mano, entre risa y risa, pues sus amigas-compañeras se
burlaban de ella por ir como una jovencita con galán, con Humberto, tomados de
la mano hacia la parada del otro camión, el que los llevaría hasta el parque.
Al
Jume, que era como le decían desde niño, yo no estaba seguro en qué lado debía
ponerlo hasta ese momento: si en el de los indecisos o en el de los gandallas. Aunque
llevaba de novio casi dos años con mi “jefa”, la Margarita , yo estaba por
ponerlo en una nueva categoría: los “comodinos”, por ser un buenazo sin
iniciativa, pero sobre todo porque también era costurero. Y es que en esa época,
los costureros me parecía tenían una mirada que se les perdía en el rostro -cosa
que me repugnaba, dado que percibía lo contrario en las costureras.
Mientras
me alejaba en sentido contrario, simplemente voltee sin detenerme, los miraba: allá
iban todos, platicando y riéndose, camino a la esquina donde tomarían su
camión. No se dieron más cuenta de que aún los veía mientras caminaba alejándome,
a la Mago y al Jume,
con sus amigos.
***
Caminé
por algunas calles del centro y después de haber recorrido unas cuantas, luego
de ir buscando cuadra tras cuadra sin éxito, me encontré con un “Cyber” abierto,
el cual parecía una especie de salón de clases con una gran puerta que daba a la calle, en él había unas computadoras sucias
entre tres paredes sucias de un descolorido tono azul claro. Detrás de las
pantallas estaban algunos tipos raros, de esos que tienen dibujada la soledad
en el rostro. ¿Sería, pensé, porque era domingo y porque era el centro de la
ciudad? Pero es que, ¿dónde más podría haber un cuadro semejante?: tipos
descuidados, sin peinarse, ojeras y rostros demacrados detrás de unas
computadoras, las cuales tenían una capa de polvo y manchas de café y refresco
en sus superficies. Casi hubiera apostado que estaban cibernavegando en sitios pornos.
Mientras ese pensamiento cruzó mi mente, uno de ellos me miró, causándome un mal
presentimiento. Sentí la mirada del depredador, así que había que poner tierra
de por medio, me senté en una computadora alejada de ese maniático de mirada
gris: “pinche loco puñetero”, dije en voz baja mientras me sentaba. Encendí la
máquina y empecé a navegar con el motor
de búsqueda: teclee la palabra “Rugby” en el cintillo y esperé a que
aparecieran lo que la
Internet me traía a la pantalla:
“Resultados 1
- 10 de aproximadamente 85,900,000 páginas de Rugby. (0.15 segundos)”.
Eso era lo que había salido en la pantalla: ¡Ochenta y cinco
millones novecientos mil resultados! Vaya, eran muchos. Entonces modifiqué las
propiedades del sistema y sólo elegí español, “Rugby en español”, me dije en “entredientes”,
por supuesto, después de todo, los argentinos habían ganado el tercer lugar y
hablan español:
“Resultados 1 - 10 de aproximadamente 2,590,000 páginas en español de Rugby. (0.23
segundos)”
Bueno, este está es más manejable, pensé, mientras empezaba a
otear por las páginas que me sugería el buscador, la Wikipedia por delante:
“Rugby - Wikipedia, la enciclopedia libre El fútbol rugby, popularmente conocido…”,
descripción del deporte, luego pasé a otro sitio: “Rugby: Torneo Seis Naciones, Tres Naciones,
IRB…”, entré al sitio de la “Federación Española de Rugby. Sitio web oficial
del máximo organismo…”y entonces descubrí
algo que fue decisivo para mi afición:
“International Rugby
Board - Home - [ Traducir esta página ]
Rugby World Cup Official Web site. ... “. Mi mente se detuvo un momento, mientras veía el sitio
de la FIFA del
Rugby, y es que jamás había cruzado en mi mente que hubiera un organismo para
este deporte. Mi asombro venía, creo, de que no había imaginado que existiera
una cosa tal, ¿por qué no lo hice? Pues si había un Comité Olímpico Internacional,
¿cómo no me había puesto a pensar que había una Organización que se encargara
de organizar, promover y difundir este otro deporte? Bendije la Internet y eché la culpa
a que este deporte no era de la cultura hispana, ¿Pero quién dijo que no lo era,
si navegando por la Red ,
revisando la lista de posiciones de equipos del mundo, vi que varios países
hispanos estaban bien posicionados, incluyendo España? Y me quedé pensativo frente
a la pantalla, en el cyber, mirando más allá de la puerta y sobre la calle a la
que daba la misma. Claro, traté de no mirar hacia donde se encontraba el
depredador, el tipo aquel que seguramente en ese momento miraba un sitio porno,
y que constantemente levantaba su vista, barriendo con la mirada a su
alrededor, esperando encontrar a alguien que lo estuviera espiando para
lanzarle una mirada amenazante.
Entonces
pude asegurar, a mí mismo primero que nadie, que el Rugby también era para los
hispanos, ya que hacía tan solo dos días Argentina había jugado por el tercer
lugar en el Campeonato del Mundo, y lo había ganado. “Pero si los argentinos no
son exactamente hispanos”, decía en la secundaria mi maestro de historia, quien
nos contaba, como buen fanático del soccer que los argentinos eran una mezcla
de gente de varios países, incluyendo ingleses, argumento con el cual, según
él, no los hacía completamente hispanos. “Pero si hablan castellano, si lo
son”, en cambio me decía mi maestro de español.
Pensativo
como estaba, con pensamientos que se me iban y venían entre la lengua
castellana y el deporte, llegué a la conclusión que más bien la situación era
que yo estaba en un lugar atípico, donde no se conocía y prácticamente no se
jugaba ese deporte, pero que nada más era cosa de asomar la nariz para darse
cuenta de que en todos lados se practicaba el Rugby.
Mientras
recorría ese sitio WEB y para mi sorpresa, yo que en ese entonces no hablaba
inglés; encontré algo en español que me paralizó y que contemplé como si fuera
un tesoro al cual hubiera encontrado para mí solo: Las reglas completas del
juego en español, más algunos capítulos para entrenamiento del juego, “¡Internet,
la magia de Internet!”, dije, mientras me venía a la mente esa frase comercial,
sin recordar en dónde ni de quién la había oído.
Toda
la información que uno desearía encontrar, con una búsqueda mínima,
instantánea, y además abundante, había sucedido ante mis ojos. Era la panacea,
el oráculo, de la que había escuchado muchas cosas extraordinarias, de boca de
mis maestros de la secundaria, quienes hacían, fervientemente, algunos porque
no todos; proselitismo como si se tratara de una nueva religión. Sí, me había sucedido
esa tarde de viaje al centro, en un cybercafé abierto en domingo.
“La
lengua es como el agua, se filtra por todos lados y se decanta. Hay que
encontrar ese pozo a donde se decanta toda ella con sus ideas”, decía mi
maestro de español al final de cada clase. “Tenía razón Profe Alfredo”, me
dije, mientras leía las reglas por primera vez.
Pasé
tres horas en el cyber, visitando ese sitio y otros que encontré, como el de la Federación Argentina
de Rugby, que era la más grande, la de Chile, la de Uruguay, Venezuela,
Colombia, los países centroamericanos.
Luego
de muchos sitios visitados y de haber hecho una selección de lo que para
entonces fue lo más importante para mí, imprimí lo que consideré necesario para
estudiarlo en casa.
Me
dirigí al lugar donde habría de tomar el camión rumbo a casa, a la esquina
donde unas horas antes había llegado, acompañado de Margarita y Humberto, en el
centro de la ciudad. No sé cómo, pues, pienso fue sin querer, al menos así lo
creí, pero una cuadra antes de llegar a la esquina esa, me desvié. Seguí
caminando y llegué a una tienda de deportes, una a la cual yo había ido, alguna
vez, a comprar algunas cosas, acompañando a mi madre. Me paré frente al
aparador y traté de encontrar algo de lo que para entonces ya empezaba a
reconocer como el equipo necesario para practicar rugby. De entre las sombras se
movió alguien, un momento después se abría la puerta, asomándose un tipo que me
preguntó:
-¿En
qué te podemos ayudar amigo?- era un tipo más o menos avanzado de edad,
cincuentón, pelo canoso, flaco y con los
bigotes amarillos por el tabaco. Me dio la impresión de ser uno de esos tipos
que habían decido hacerle frente a la crisis económica, que llevaba muchos
años, como veintitantos años por cierto, o toda la vida de este país; abriendo
su tienda hasta los domingos.
- ¿Tienes
balones de rugby? –le pregunté sin dudar.
- ¿Balones
de ru…. –. Intentó decir, pero se detuvo. Me miró incrédulo. Seguramente
pensaba que tenía todas las respuestas en su oficio menos una, lo miré y pensé
que a partir de hoy pensaría que ya no lo sabía todo en cuestión de artículos
deportivos, después de años de estar vendiéndolos.
- Rugby
– le repetí con firmeza, pero él, con medio cuerpo afuera de su tienda,
recargado en el marco y con la puerta a medio abrir, se quedó perplejo. – No,
lo siento y no creo que alguien los venda por aquí. – se adelantó a decirme.
Subí
al camión que me llevaría de regreso. De vez en vez, yo le echaba una mirada a
las hojas que llevaba en mi mano, algunas tenían fotos de jugadores haciendo maniobras:
tacleando, anotando, pateando. Miraba a los que estaban cerca de mí, pero nadie
se daba cuenta qué era eso que sostenía fuertemente en mi mano y que por mi
ansiedad juvenil miraba y revisaba constantemente, mientras volteaba a todos
lados esperando que alguien, en algún momento, me preguntara de qué se trataban
esos papeles con fotos que miraba tanto.
El
camión entró al barrio y a los pocos minutos apareció a lo lejos la esquina
donde debía bajar. Cuando bajé, empecé a caminar sobre la banqueta gris a la que
los árboles hacían sombra y sobre la cual dejaban caer sus aromas de leña
húmeda. Había gente afuera de las casas. En Octubre, todavía hace calor en
Guadalajara y los domingos la gente, ya desocupada, en barrios como aquel, sale
de sus casas a ver pasar a los demás o al menos para sentir el fresco de la
tarde.
Pasé
frente a la casa de Lorena, allí estaba ella con sus hermanos y su abuela. Me
miró un poco sorprendida de verme caminando solo, viniendo de algún lado y la
saludé con un ademán veloz que hice:
-¡Hola!
- le dije con una sonrisa medio
disimulada.
-¡Hola!
– me respondió sorprendida, pero con gusto. La abuela también me miró, una
mujer robusta, gorda de piernas que se apoyaba sobre la barda que dividía la
casa de Lorena con la casa contigua; mientras platicaba con la dueña de la
casa. La abuela me dirigió una mirada inquisidora por encima del aro de sus
lentes al notar que su nieta había saludado a alguien: “uno de esos
muchachillos del barrio”.
Lorena
traía un balón de volleyball en sus manos y jugaba con uno de sus hermanos, me
sonrió una vez más cuando voltee de nuevo para mirarla, unos metros después que
había pasado frente a su casa. Sentí un temblor en mi cuerpo y me di cuenta de
ello porque las hojas impresas crujieron entre mis dedos.
Lorena
estudiaba el último año de secundaria, en la secundaria de la que yo había
salido unos meses atrás. Estuvimos dos años en esa escuela, a la cual la
mayoría de los muchachos del barrio ingresa luego de la escuela primaria.
Además, fuimos vecinos, la casa de sus padres, estaba apenas a una cuadra de la
de mi madre, una cuadra antes o adelante. Y su casa estaba a la mitad de camino
entre la casa del Beto, su primo, quien era
mi mejor amigo en aquella época; y la mía.
Pero
debo admitir que durante esos dos años que compartimos juntos, ella nunca me
llamó la atención, al menos eso pensaba, ya que íbamos y veníamos de la
secundaria los tres: Beto, el mejor estudiante de nuestra generación; ella y yo.
Sin que nada ordinario ni extraordinario pasara entre nosotros.
Beto
y yo, nos íbamos platicando, mientras que ella, en silencio, nos seguía la
charla, callada, caminando a un lado de nosotros. Que yo me acuerde nunca le hice
caso, sólo me limitaba a mirarla, de vez en vez, mientras escuchaba al Beto.
Así
fue mi relación con Lorena, hasta el día aquel en que fuimos a ver si habíamos
salido en la lista de los admitidos a la preparatoria de la Universidad Estatal.
Un mes y medio antes habíamos presentado exámenes y papeles para el ingreso, cosa
que nos tenía en vilo, pues los jóvenes como yo dependíamos de eso para tener
un futuro más o menos planeado.
Ese
día, nos vimos rodeados de histeria,
pues muchos de los que íbamos a ver las listas iban acompañados de sus padres,
quienes hacían gran escándalo cuando sus hijos aparecían en la lista. Lorena
acompañaba al Beto con quien yo me había puesto de acuerdo para ir juntos a ver
las listas de los admitidos. Él pronto se encontró en la lista: “qué angustia,
pero estaba seguro que sí saldría”, dijo mientras salía de entre el gentío que
se agolpaba frente a las vitrinas. Sin embargo, yo, a pesar de que con mi dedo
pasé varias veces por encima de los números, no me encontré en las listas. Me
quedé mudo y entumido, salí como pude de la multitud y les dije tartamudeando:
“No salí”, entonces ella me tocó con su mano el hombro, acariciándomelo y
diciéndome con tono de consuelo: “en las próximas sí sales”.
El Beto
me decía: “que mal pedo Míke, ya no vamos a estar juntos”, mientras yo veía,
únicamente, los ojos de Lorena. Desde
entonces lo que yo creí era indiferencia se convirtió en una realidad: se hizo
evidente lo que sentía por ella, se reveló el origen de mi curiosidad por verla
a los ojos cuando veníamos caminando de la secundaria.
Ahora,
pienso que, de todo lo que me ocurrió ese día: los planes como compañeros de
prepa que hacíamos el Beto y yo, para cuando estuviéramos estudiando juntos
como en la secundaria; el no ver mi número de solicitante en las hojas de las
listas de admitidos entre gritos de euforia y gritos de frustración, el enojo de
mi madre al contarle y la mirada impávida de Humberto cuando les conté en casa;
lo único que recuerdo vivamente es la presencia de Lorena ahí, de pie, junto a
mí, en ese estado de confusión de las cosas, rodeados de gente: unos corriendo
de alegría y otros con lágrimas tristes por el resultado.
***
Mi
madre y el Jume llegaron ya de noche. Venían muy asoleados y cansados. Él se
despidió apenas llegó, ni siquiera descansó como acostumbraba un rato en
nuestra casa; dejó las bolsas y salió. El tenía que viajar todavía un buen rato
hasta la casa de su madre a recoger a su hija, quien no había querido ir
tampoco al paseo. Se despidió levantando su mano en el umbral de la puerta y se
perdió en la penumbra de la calle.
Mi
madre entró al baño, luego a la cocina y un rato después salió su voz:
- ¿Cómo
te fue? – me dijo entre angustia y cansancio.
-Bien,
imprimí algunas cosas de rugby - le dije orgulloso de mi labor dominical.
-¿De
rugby?, pensé que habías ido a imprimir algo para el examen de ingreso a la
prepa: apuntes o algo así.
-No,
fui a imprimir algo de rugby - le respondí en un tono más bien serio.
- ¿Cuánto
gastaste en tu Rugby, Míke?
-
Como treinta varos – le dije mientras miraba las hojas.
- ¿Treinta
pesos? - me dijo, mientras sacaba la cabeza de la cocina para echarme su mirada
de enojo hasta la sala donde estaba sentado.
Nos
miramos, mi madre iba a empezar a regañarme, ya me preparaba para escuchar su
perorata sobre mi vida sin escuela y el gasto innecesario en cosas superfluas,
sin embargo se detuvo, se recargó en el marco de la puerta y con medio cuerpo
afuera de la cocineta, hacia la sala, me miró y con una mirada de desaprobación
me dijo:
- ¿Qué
ese rugby no es muy violento?
- Sí.
-Te
lo digo porque a parte de que no tienes escuela, ni trabajo, espero no tener
que lidiar con un hijo paralítico.
¿Por
qué los adultos siempre se paraban en los umbrales de las puertas, con una mirada
que parecía decir todas las verdades del mundo? ¿Por qué creían tener la
autoridad moral suficiente para decirle a los jóvenes las más especiales
máximas de sabiduría? Me preguntaba, y me preguntaba también si yo mismo me
convertiría, al final, en uno de esos adultos, recargado en un marco semejante
diciéndole a mis hijos: “los videojuegos no sirven, estudia algo útil o al
menos sal a jugar…¿Rugby?” Había tenido en mi mente la palabra soccer, pero
algo en mi interior reviró lanzándolo por la borda y lo sustituyó por la
palabra rugby.
-
No te preocupes por eso – le dije y agregué :- además según lo que leí hoy, hay
más heridos en el karate que en el rugby, e incluso en el soccer hay casi la
misma cantidad de heridos.
-
Pero explícame, entonces ¿qué es eso del rugby?
-Creo
que todo, madre, creo que todo. Al menos por el momento, mientras entro a la Prepa ….. -. “mientras me ligo
a la Lorena ;
mientras crezco para salir de esta hoya; mientras olvido a mi padre; pero aún
así, tal vez, al final, madre, el rugby lo sea todo”, pensé.
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