Poemas a un cyborg
Poemas a un cyborg
(Frag.)
If Winter comes, can Spring be far behind?
P.B. Shelley
Mi corazón no funciona más, no trabaja,
no chambea, no bombea,
no sirve,
no late como siempre, como era en un principio.
Mi pies, por eso, no avanzan ni mi piel se renueva.
Mis manos son unos títeres caídos.
Mi vista hace del horizonte ondulaciones amarillas.
Como desde un martillo los sonidos van y vienen.
Y, junto a mi corazón, abajito, mi riñón dice:
¡sangre, sangre!, porque esa líquida carrera
va dejando de serlo, lentamente, entre el cloruro y el sodio.
Yo me pongo de lado como un competidor sin número, sin remedio:
soy un cuerpo cabezón, de costado y flácido, en la cama de este hospital.
En mi abdomen tengo enredaderas cablegramáticas
que envuelven a mi tronco como una cadena nerviosa:
mi cadera siente peso, siente cien espaldas y un pecho:
la piel de mi espalda pide grandes latidos para reandar bajo el sol
pide vello de dromedario para soportar la tela que la quema.
Mis pies son vallas derribadas, con el día se han ido las horas,
sólo queda un patio solo, una cama: quejumbre y cloroformo.
Hay un grito en la orilla de una pista imaginada,
desde donde wacho, por ventanas de metal, el estadio Jalisco
(se tocan mis puntas: la de mis pies con la de mi frente, no hay balón).
No hay caminante en mí, apenas una nada que quiere andar
como un barquito. En los arroyos trenzados de mi sangre
cae la lluvia en una ciénaga colorada en mí.
En mis venas ya no hay pájaros, es octubre debajo de mi piel,
aún así el invierno se avizora lejano: doy gritos eléctricos al día.
Me muero y miro los últimos atardeceres
con la mirada triste de unos zapatos viejos.
Y yo que tomaba mis días para las apuestas y las nubes,
yo que tiraba los días como piedras al agua,
estoy corriendo al centro de la tierra sin zapatos.
Un médico con manos de mecánico, que usa como regla y compás:
dibuja una equis entre mi cuello y el aire de un mosquito:
planea un calendario expresionista sobre mi pecho
-Amigo, usted tiene aquí un hueco haciéndose,
hay un corazón que cae al silencio- me toca
y dice que siente el ave.
-Ahora está plegando sus alas (lamento-suspiro: -aahhh!-).
Hace mucho mi madre lo echó a andar
abriendo sus piernas y ahora, un médico, ¡pretende saber
mi destino!, sin haberla conocido.
Él, toma una tiza húmeda y con el olor de las minas oscuras
continúa una carretera de equis equidistantes:
sigue y baja, sigue y baja,:
marca las huellas para el acero y el diamante.
Con un papel que llama mejor, calca la piel,
hace un mapa para su mirada.
Mañana, la piel será roja y nadie podrá espantar
el silencio envolvente de la sangre derramada
a pesar de que entren melodías por las ventanas.
En cada equis, viéndome al espejo, renuevo el silencio.
Veo mi rostro, por ahí pasaron los caminos
de una ciudad, un llano, un país, un rebaño;
toneladas de agua, cientos de cigarrillos
y soles y docedeoctubres y algunos besos y algunos pesares.
Aún veo un par de orejas desvergonzadas.
-Cuando cierre este pecho, volverá a tener
ochenta años de vida, por delante.
Ah! Y medicina ADN.
(¿Acaso doctor, ADN son las siglas de: adelante?)
-Pero no, no todo por delante. No lo olvide.
Nunca pierda de vista esa palabra
siempre téngala: aprésela, enciérrela.
(Antenoche oí a un perro ladrar a lo lejos, mientras soñaba
que me operaban
pero aquí, ya nadie sabe qué chingados es un perro en la noche)
Mis tetillas de viejo cuelgan y me digo:
¿me las dejarán para que al correr no se me olvide mi edad?
Las miro: son apenas dos pliegos de papel, del papel de mis antepasados.
Com’on, ffuucck. Vamos Doc, adelante: corte, extraiga, cambie
Go, go, go!!!
Pero sólo déjeme despedirme. Pero no haga esa sonrisa de imbécil.
Go, go, arree!!!, con estos pedazos de carne, salvémelos
que son aves que se están muriendo.
En una computadora usted me ha profetizado un nuevo rostro:
el de un viejo que corre feliz,
con un sol de fondo y una sonrisa de pendejo.
¡Esperen enfermeras! Yo, porque vivo a cincuenta kilómetros
de la cima más alta tengo que decirles (les grito)
que desde aquí veo Guadalajara: mi Wanatos, como a una mazorca
gris, desgranándose.
Allá había maizales, hoy sólo hay morritos
que entierran sus juguetes hechos en China.
Y porque vivo a veinte kilómetros del bosque mejor
donde pudiera vivir como un tecolote o un puma o una rana
y porque vivo a tres kilómetros de la fuente de agua más cercana:
déjenme enfermeras, morritas todas, mías, lindas; déjenme abrazarlas,
porque tal vez mañana no amanezca.
Nadando en la anestesia, sin goggles ni paletas,
pienso que ya no sé más de mi madre
(ella se murió un día por comer tuétano bajo la luz negra de la luna nueva.
Así decía el reporte médico, de un oncólogo. Eso decían
de my mother´s death).
Pienso en la luz y todo se apaga.
Antes de la cirugía, tengo las manos que se me van atando de sueños.
Me grito, de silencio a estruendo: ¡duro carajo, a vivir, a vivir: Viva Cristo Rey!
(cállese viejo!”, creo oír a un pinche enfermero joto).
Por la jeringa recibo el agua pesada
que fluye, cae, atraviesa mi cabeza, costillas, caderas
y cae,
sale por mis uñas, baja las escaleras
y se detiene al borde de una cloaca,
cuyo fondo es el punto donde se sostiene el mundo.
Rezo, rezo por que despierte mañana para tocarme de nuevo.
Y sentirme entero al confirmarme los huevos, mi verga...
¡Alárgueme el invierno, por favor doctor!
¡Ajuste bien ese tendón con ese tornillo!
¡Apriete bien esa tuerca a esos huesos, a esas venas!
¡Doctor-mecánico, aquí está mi alma,
...pero a esa no la toque doctor,...no... no la toque... carajo!
Ella está a un lado, donde inicia mi brazo derecho
cambie usted lo que pueda sin lastimármela.
Ahora, señores mecánicos, tomen su instrumental,
sacudan mi calavera, jálenla fuerte y cuando la tengan tendida en el piso,
señores, hagan el cambio, pongan esas ruedas, o ¿son engranes?
Esas mangueras, esos cables, esas memorias de silicio, esas fuentes, esos sensores,
esos chips, todo eso seré: me pertenecen, les pertenezco.
Luego, al final, cuando me cierren con hilo, enciéndanme
como a todas las máquinas
y, luego, déjenme en una cama, en una cama de hospital
como a todos los mortales.
Para levantarme, mirarme, mirar las estrellas, sobar mis tendones
arrancarme vello del cuerpo.
Qué más, sino estar listo para la segunda parte del viaje.
Me dicen que fueron muchas horas
cuántas: muchas horas,
¿cuántas?
Grito ( )
Nadie responde
Debajo de esta sábana limpia y blanca, mi cuerpo horadado
tiene un candado analgésico: mis músculos, mis nervios, mi carne toda
dormita con viejos amores, mi mente con odios vivos como el de la venganza
como el de la hiedra que renace con la lluvia
Me toco lentamente y todo esta ahí:
como una montaña quieta aparece mi vida
de entre la neblina, me detengo en salientes de conciencia
en mi lengua y labios agrietados y secos están presos
los olores del instrumental electromecánico.
Recorro la sábana: hay dos piernas quietas:
venas nuevas, músculos de metal. Duermen.
Las viejas piernas estaban llenas de sal y arena, ahora
tengo dos nuevas para volverlas a llenar de mierda.
En la mañana camino hacia un espejo, las costuras
suenan como amarras de puente colgante (cable, tornillos y soldadura):
rechinan, con el paso de las caravanas de músculos -en el Golden Gate, durante
doscientos años, los flesh and bone han comentado que así suena el puente -.
Ante el espejo:
hay un falso hombre viejo, hay un falso hombre joven.
Sólo hay
un hombre
nuevo
ante el espejo.
Me despido de la lentitud, de la pesadez, del agotamiento
de los días sin carne ni comidas sólidas.
Le digo adiós a las úlceras, a los intestinos sueltos, a la ceguera.
Ahora, tengo un corazón latiendo automáticamente
como relojito, el ca’n;
entre mis costillas de aluminio y lo que queda de mi carne.
Sanísimo plástico, yo ante mí mismo desnudo:
mi piel: mitad lona, mitad cuero, anda sobre una percha nueva.
Estiro un brazo, lo siento recién engrasado.
El otro brazo sube y baja digitalmente, un poco de sol lo toca
por vez primera.
Los dedos responden jóvenes, como cuando cortaba
naranjas (allá en el rancho) y gritaba al norte mi esperanza
Este pinche sistema nuevo ((¡¡a toda madre!!),( entre la sangre))
de extremidades y órganos que huelen a nuevos, se mestiza.
Siento cómo se funde con la carne: funcionan y trabajan entre mi biología.
Estoy moviendo un brazo cuando una enfermera llega, me ánima,
tiene en la cara la visita de un correo bueno y su caballo.
-Ya lo mueve! Muy bien, muy bien! Su brazo biónico, ¿eh?
Cómo se siente, ¿eh?
La miro como miraría el zorro a una paloma: suavemente,
en el instante anterior a cortarle la cabeza
y deseando deslizar un dedo debajo de esa falda blanca.
Sin embargo le contesto:-Bien, gracias.
Apago la luz, para mirarlo, toco con la mano fuerte, separo los dedos y ahí está:
un pálido resplandor fosforescente (el médico-mecánico me aconsejó verlo)
Veo sus latidos. Todo el misterio está ahí: un centro que late.
Ahí, el punto central del sistema. Y ahora... qué?
Debajo del foco ciego y solitario de mi habitación, sin un mapa,
sin un manual de instrucciones para mí mismo y
con el acero dentro de mi cuerpo, siento el llanto de los tornillos
que me hace pensar como un apóstol:
para qué este aspecto humano de metalurgia y sistemas?
¿Cuál es el evangelio del golem, del cyborg, del robotoide?
Me miro y sólo tengo la certeza de ser tan sólo un viejo puñetero
que ahorró su dinerito para arriesgar su pinche vida en una cirugía
que le diera otros ochenta años más de vida, colgado de mecanismos.
Unos mecanismos ferrosos e imperturbables
a los que se les puede leer números de serie:
a mi apellido ahora se le puede agregar un 867dff65
o tal vez un código de barras, negras y verticales.
Y pensar
que mis células apenas si sabían de sí mismas.
La primera comida entra a mi boca, en mis encías:
hay dientes de metal
que un orto-dentista sembró en mi boca:
mientras yo dormía el sueño del ahogado; él, puso tornillos, como macetitas,
donde cruzan palabras verticales y nacen las ganas de un bistec
de una pulgada de grueso, asado; bajo el sol, bebiendo tequila
y con los amigos mirando el poniente.
Mi mandíbula sostiene, atornillados, desarmadores
que degollarían un cardumen entero (un filo tenebroso se deja ver).
Sí, dientes tallados en el crisol de los tornos y los cepillos;
en ellos los segundos crepitan.
Cuando me vi en el espejo, me dije mirándomelos:
-En mi autorretrato tendré dientes (perdóname Cervantes),
escribiré de encías pobladas de dientes, blancos de porcelana
para un bistec
de una pulgada de grueso, al sol, bebiendo tequila
y con los amigos, en un parque mirando el poniente.
Mi boca es trituradora nueva, pero mi lengua pala vieja
endurecida por las palabras y el tequila
serpiente vieja y mañosa, mi lengua sabe de todas todas, de los frutos de la tierra,
del pan, del grano, de la pitaya y el tejuino, de la lengua de las mujeres.
Por mi boca sé que el acero y el hueso me llenan, me forman.
Por mi boca mido la gravedad, para que mi cuerpo
con sales se mueva en la tierra y el mar, aspire al cielo.
De mi boca sale el olor a tierra, aquella que aspira a pasar las nubes
mientras mi alma aprende el vuelo.
De mi boca sale el fermento de lo que una vez fue alimento
(que desea ser semilla para ser tragada por el pájaro
del que soy culpable de espantar, de matar de hambre con jugos
y concentrados para la máquina que llevo dentro).
Yo no sabía qué parte de mi yo-máquina
estaba expuesta a la oxidación, pues alguien me dijo
que beber agua era más peligroso
que cruzar las calles con los ojos cerrados.
Pregunté al médico-mecánico
y me dijo:
-No te preocupes, no lances mensajes al ciberespacio,
deja al papel combarse con el paso del agua.
Los autos bajo la lluvia no se doblan, tú tampoco.
-Ah, bueno, ‘ta bueno doc
(pero no mame con esas solemnidades).
¿Doc, de dónde sale este pinche vigor a mis ochenta años!?!?!
Estos fierros que acaban con la nostalgia de viejo!?!
La nostalgia que tantos tuvieron el día que dejaron apagarse y se murieron!?
¿De dónde sale Doc? ¿Acaso sale de beber y no de comer?
¿Sale de un líquido que entra con el aspecto de una malteada
y que sale oscuro y sucio como el aceite de los autos antiguos?
A mi boca, con la que puedo morder como un perro,
NO entran las carnes del cerdo, de la res y la cabra
(triste tiendo la carne y la miro en medio del maíz).
Pues, ahora, sólo aceites y compuestos para el cyborg.
Y mis tripas y bombas y depósitos echan el veneno pa’fuera
con la voluntad del plástico (un corazón mecánico
y la alianza de unos objetos termo-formados empujan).
Adiós al bistec
de una pulgada de grueso,
al sol, al tequila, al parque y al poniente.
A mi casa, he regresado mestizo de metal.
Me río, que digo me cago de risa, pues no me fui al deshuesadero.
No me deje aún echar a un fosa oscura, a una cripta
como los restos de un cigarro.
Ahora, ante mis viejas cosas que me reciben sonrientes,
sé que hasta puedo salir de caza y alimentarme a mí mismo,
matando con estos brazos mecánicos y el deseo de este puño menos rojo
ahora puedo romperle al ciervo la fuente de su aliento,
fulminar la rapidez de la paloma, el vértigo de la cabra,
el reposo del cerdo, la tranquilidad de la carpa.
Antes no podía ni rebanar un trozo de pollo muerto,
era incapaz de hacer crujir la grasa del cerdo muerto,
me pesaba el silencio de la fruta que no podía morder
Y subiendo mis pies a mi vieja mesa de madera sé
quel hombre muere cuando no tiene lana, billete
para pagar cirugías y doctores,
que le permitan
seguir devorando los frutos de este mundo contaminado.
Tengo setenta y cinco años cumplidos. No, miento.
Tal vez, tengo noventa y siete años
No.... sólo sé que estoy en la víspera de cien
o ciento uno?
En este desenlace, a mis injertos, de metal y polímeros dulces,
a mis pocos trozos de músculo les digo,
como un gigante diría en Lilliput:
-¡Qué buena esta segunda parte, eh, hombrecillo bribón!
Porque despues’n de cumplidos los años
(le doy un beso a mi cuenta de ahorros)
sólo me queda decir:
En este cibernético mundo, el que no tenga un seguro de vida
es más frágil que una mariposa tropical en un invierno canadiense.
Recuerdo el último dólar pagado, su olor esta ahí grabado, en la foto fija
a esa agencia de seguros, la que te protege contra la vejez
soy un Lázaro, con tarjeta electrónica de pago.
Yo tenía una agenda para mis seguros, con mi nombre
con la que acostumbraba contratar: en enero nacían las cuentas.
Miro la lista de seguros que he comprado: células madre, congeladas
Atención médica especializada: enférmese en cualquier parte del mundo
miles a pagar en tantos años, OK, Bien (Akí está el billete).
Seguro de vejez, cesantía, ataque nuclear: Ok, sí, sí, sí... le entro.
A todo asegurador decía que sí, pero nunca aseguré a mis perros
no soportaba la idea de comprar un seguro para un perro cyborg, pero ahora
que viviré tanto...no sé...
O h, Jesús, sólo queda ir viviendo momento a momento y usando la memoria
para recordar la vida de los nietos.
Porque cumplir años significa tener tantos nietos viejos como viejos años,
porque los dos, como dos gemelas viejas, son difíciles de diferenciar.
Así que en este, matemáticamente, tercio más largo de mi vida
mis nietos, bisnietos y tataranietos son
(además mi cuentas de seguro, lo único valioso):
consejos para las vacunas, los injertos y las medicinas
que les prolongarán la respiración y el vómito
como a mí mismo lo habrán hecho.
Toco mi corazón esta noche, lo provoco,
lo azuzo como a un perro detrás de una reja.
Pues sé que está allí, ese Jack rojo, escondido y palpitante,
a punto de aparecer, a punto de lanzarme una tarascada metálica.
Lo toco en este primer día del segundo año luego de los injertos,
cuando he firmado con mi propia sangre la liberación de mí mismo.
Ya puedo, entonces, retirarme de las manos del doctor-mecánico
que hacía sentirme guiñapo con esos discursos de bio-engranes,
con eso de “es mejor estar metal-plastificado que muerto”.
Toco mi corazón y recuerdo su:
-Está libre, amigo!! JAJAJAJA...ya no es más mi paciente.
Los engranes se han pegado (me toqué el pecho en ese instante).
Su carne (lo que queda con ese nombre) se ha pegado
a los émbolos y a las chumaceras.
Ya estoy reunido. Dice ahí un certificado.
Soy libre!!! (Me golpeo como Tarzán)
De las condenas, de los horarios, de los chequeos
Ni me quejo sanamente: grito:
-AAAAAAAAAHHHHAAHAHAHAHHAAAAAAA
(Mí Trazan, Tú Jane).
Al número cien le tengo respeto como al mar:
cien es el último puerto serial para mi humanidad:
es un puerto de donde puedo partir de mí mismo.
Cien años: cuántos hombres soñaron pasarlos
un día tan sólo, uno más. Cien:
día cuando se iguala la baba de la infancia con la de la vejez.
Qué hubiera hecho César con cien años? Cuántas mujeres, cuántos maridos?
Cuántas tierras hubiera tomado Pedro de Alvarado?
Cuántos años hubiera durado la dictadura de Juárez?
Cuántos Waterloo (no, insoportable:
Santa Helena sólo una vez)?
Cien años escribiendo un libro: cien años para criar un río,
cien veces recoger el trigo, el maíz, la papa: cien años detrás de hornos,
cien años de vacas, leche, queso: supermercados de colores,
cien años llenando estantería: archivos USB,
cien años pateando balones y llenando maletas: los hijos
cien años tendiendo cables y tejiendo mantas: la vida urbana
cien años en los hilos de la araña:____________ (llénese al gusto).
PERO, Pero (Pero fue alguna vez Pedro?)
a los cien años un día, ponerse en lista
para aprender un idioma nuevo, aprender la ciencia del beisbol
aprender los instrumentos de casa: el horno microondas.
Mis primeros cien años fueron incomprensibles:
nunca supe qué es lo que se enfría realmente dentro del refri,
quién mueve las aspas de la lavadora, por qué el auto se conduce con un volante?
Los próximos cien serán para cambiar tres veces este país,
serán para inventar un sombrero que no vaya en la cabeza,
para hacer un par de zapatos por mí mismo.
Pero, pero a quién le importa la virtud de conocer el tiempo?
Y es que
Hoy
A los 100 (¡Cien años!, ¡mierda!, si apenas ayer era un morro),
a los cien un médico dice (sin que nadie se ofenda):
-Tu corazón digital se ha vuelto biológico, tiene un latido
de paso por tierra, como de un pie por el asfalto (apenas siento
el rechinido de tanto metal dentro de ti…ya no se oye como un…
...un submarino bajando a las profundidades).
En el año D+1, digo: -Los de mi camada ya se han ido.
Lanzo confeti de chips por estar vivo.
Y yo que comentaba hace cincuenta años: me hubiera
gustado ver el fin del mundo: cuando se rebelen los jodidos africanos,
cuando los chinos invadan Rusia, cuando los americanos olviden el inglés,
cuando los brasileños hablen castellano, cuando los hispanos hablemos matemáticas,
cuando Jalisco sea oficialmente una nación,
mientras caminaba entre los autos y sus ruidos.
Y hoy que todo aquello veo como un pájaro,
para no caer en el patio de los remordimientos,
prometo en honor a mis camaradas caídos que con esta primavera:
aprenderé los secretos de la programación
y diseñaré sistemas que me permitan penitenciar la soberbia
y diseñaré sistemas que me permitan tranquilizar la ira
y diseñaré sistemas que me permitan atemperar la lujuria
y diseñaré sistemas que me permitan laborear la pereza
y diseñaré sistemas que me permitan hambrear la gula
y diseñaré sistemas que me permitan bondadosear la avaricia
y diseñaré sistemas que me permitan humildear la envidia
. Esa es mi promesa: meter el tiempo sabiamente
en una pajarera de metal y carne, con un zipper en vez de puerta.
Год сто больше один (Año cien más uno),
el pasado se funde, se va a la papelera de reciclaje.
Hay en la electricidad un ímpetu de floración.
En este día “+1”, los lazos se reenchufan,
como la pantalla donde me reflejo, con un tiempo
como tahona que muele las fibras
que nacieron en alguna primavera.
Reflejado, enchufado al calendario
que vuela como un flash entre la gente
flash luminoso de las escenas,
renuevo el pacto que hice alguna vez (el holograma lo atestigua).
Espero no olvidar la caducidad del disco duro, mudo y olvidadizo
Espero no fingir, incluso, ser libre
como lo hice en mi pasado siglo personal.
Ahora sólo okupo más que electricidad
para cumplirlo.
En el año D+1 día hay lamentos y dolores,
ajustes de tuercas y procesadores,
donde hay la desesperación del que reinicia:
un viejo bebé híbrido,
dando pasos pequeños en el infierno o tal vez
en un purgatorio, donde
no vale madre si se es católico, evangélico, budista o musulmán;
donde se vive atestiguando la melting-pot digital.
Donde se miran en una pantalla el hambre y las guerras,
donde la injusticia y la matanza suceden
ante tu propia nariz plástica,
y donde, además de las cucarachas,
quedaron vivos el vicio y el deseo.
En este año no me preocupa que me atrape una guerra o me dé diarrea.
E incluso EL HAMBRE ya no me aterra, como tampoco EL DESEMPLEO
COMO ESTOS CIEN AÑOS PRIMEROS
me preocupa que se me acabe la energía eléctrica, que no exista más la electricidad
Que no haya más encapsulamiento eléctrico
Sin electricidad de bolsillo qué haría? Mi corazón se detendría. Qué horror!
Me revolcaría igual que un infartado? Moriría como el envenenado?
O simplemente me apagaría como uno de esos robots
que pasan de ser máquina a estatua de metal,
varado ahí donde el último volt pasó
y se volvió joule que se disipó en el aire frío.
Entonces
mi alma quedaría en medio camino entre el infierno y el cielo,
Acaso en algún electrer? En donde? En el limbo?
No, en el limbo no, pues EL LIMBO YA NO EXISTE.
¡PILAS, PILAS, para seguir escribiendo poemas!
para que mi corazón siga funcionando
para que mi pie de titanio gaste zapatos de cuero
para que mi mano de cromo sirva el café en el agua matinal de una taza
para que mi riñon siga escupiendo basura desde la sangre
para que mi pito aún aspire a levantarse como un gallo
para que mi ojo vea a la distancia pixeles escondidos
para que mis venas no regurgiten plástico
PILAS Y MÄS PILAS
Traídas de China o de Korea, de Rusia o de América
en un bote de velas, en ferrocarril diezmado, en un tranvía con alas
Qué más da: en un jolín blanco.
Pilas Y sólo Pilas. Más Pilas.
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